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Al principio yo encontraba difícil la división del tiempo, me parecía extraña la manera en que se quitaba los zapatos sin desatar los cordones y su atención a los productos para el cabello era algo que yo hallaba innecesario y excesivo. Al principio me costaba mucho entender aquello de que la ropa le hablaba desde las vitrinas o que lo importante para él era la música y no la letra de las canciones. Estoy seguro que estuvo harto en más de una ocasión de que yo siempre pusiera las mismas canciones en el auto, una y otra vez.
Al principio las actividades sociales hacían demasiado ruido en mi cabeza, tanto como los momentos de quedarse en casa lo eran para él, quien siempre estaba en movimiento aunque odiaba hacer ejercicio. Recuerdo bien esa pelea a las 7 de la mañana luego de salir del gimnasio, cuando ambos nos dirigíamos a nuestros trabajos. Lo estaba presionando demasiado a entrenar? ¿Es cierto aquello de «te amo, eres perfecto, pero cambia»?
¿Qué habría pasado si no hubiésemos cruzado miradas en esa escalera hace 7 años? ¿Cómo sería yo? ¿Dónde estarías tú? ¿Habríamos hecho por separado las cosas que hemos hecho juntos? los tatuajes, dejar tu auto viejo, las escapadas sexuales, las lágrimas, los momentos de temor, los cambios de trabajo, las noches interminables, aquella fogata en año nuevo en el valle, la visita a la tumba de papá, la celebración anual del día de la tierra, el activismo, las obras de teatro, los ensayos, las películas, mis dibujos, los procedimientos médicos, los entrenamientos, las peleas… las reconciliaciones.
Hoy día yo hago teatro, socializo más, trato de no tomarme todo tan en serio y, al menos a veces, también me quito las zapatillas sin desatar los cordones. Él está claro en que la gente se suicida si tiene demasiado sufrimiento, entrena por su cuenta y, al menos a veces, organiza los viajes con un itinerario por día. ¿Hemos cambiado tanto? ¿hemos aprendido cosas el uno del otro? ¿Nos movemos en la dirección más sana?
No hay manera de saberlo, he escuchado las historias de tantas personas, tantas parejas. Todos hablan de sus relaciones, muchas historias tienen elementos sorpresivamente comunes aunque sus protagonistas jamás se hayan conocido. La tentación de observar la propia vida a través del lente de tantas historias es enorme. ¿Es realmente único cada proceso? ¿Pasamos todos por lo mismo?
Una cosa está clara, no somos los de antes y no hay forma de saber qué habría sido de cada uno si nuestros caminos nunca se hubiesen cruzado. He vuelto a ese momento en mi mente en más de una ocasión. Seguir de largo… no voltear después de cruzar miradas… ¿Qué habría sido de nosotros?
Las relaciones se desarrollan con el tiempo y crecen dentro de nosotros, me ha tocado lidiar tantas veces con el fin de relaciones de otras personas, he tenido mis propias pérdidas también y sigo en el proceso de aprender que las relaciones son cosas vivas, son como una tercera persona, una especie de ente que se forma a partir de ambos compañeros, una relación es ese algo que toma más de un día para formarse y mucho más de un día para deshacerse. Por eso perder es tan difícil, porque así como no sabemos qué habría sido de nosotros sin conocernos tampoco sabemos qué sería de nosotros si nos separamos. Amar es una decisión, es quererte aunque estés tarde y que me quieras aunque ronque pero hacerlo porque hay algo más que «vale la pena ganar». Amar es dejar de esquivar la piscina de la vida y zambullirse finalmente, aún temiendo que no podamos respirar bajo el agua. Amar también es dejar ir y permitirnos ser nosotros mismos sabiendo que eso nos podría separar un día pero que, si lo hace, de seguro será para bien. Amar es zambullirse y, si da miedo, entonces es zambullirse con miedo, pero zambullirse al fin.
He estado escribiendo esta entrada durante días y no la he publicado porque siempre me parece inconclusa, siempre siento que no está terminada. Tal vez de eso se trata, tal vez este proceso no se termina aún y no hay forma de saber qué habría pasado en otras circunstancias, tal vez el viaje de la vida va como va y montarse en el avión es la única forma de averiguar qué nos espera del otro lado. Así que ahí va la entrada, inconclusa tal vez, como la vida misma.