En varios momentos de cada día cepillas tus dientes, usas hilo de seda dental y enjuague bucal sin alcohol para un aliento fresco y sin bacterias. Es parte de tu rutina, o debería serlo porque tus cuidadores se esforzaron en formarte el hábito desde que eras pequeño(a), a veces con mucho éxito y a veces no. El punto es que prestar atención a tu salud bucal como parte de tu rutina diaria es esperado y reconocido como algo deseable.

Si adelantamos la película hasta hoy resulta que hay otras partes de la salud que puedes haber descuidado, entre ellas la salud mental suele ser de las primeras en quedarse atrás por múltiples razones que requerirían una entrada aparte para poder cubrirse. Pero esta vez los estreses de la vida, los problemas de relación o esos molestos síntomas que te acompañan sin haber sido invitados te han hecho despertar a la realidad de que tu salud mental requiere atención, de que también deberías tener actividades en tu rutina diaria para cuidarla y de que, al igual que tus visitas al dentista, darse una vuelta por la oficina del psicoterapeuta no estaría de más.

La gran pregunta ahora es ¿Con quién ir si quiero atención en psicoterapia?

Lo primero que debes saber a la hora de elegir psicoterapeuta es que debe tener formación en ese campo (psicoterapia, no solo psicología o psiquiatría), además debe poder decirte qué tipo de psicoterapia está realizando, es aquí donde entra el tema que da título a esta entrada.

A ver, incluso antes de la pandemia, las luchas ideológicas que dividen a las personas en bandos han estado generando mucha tensión en el ambiente, cuestionamientos múltiples y el surgimiento de algo peligroso en la esfera de la psicoterapia: la psicoterapia con apellidos ideológicos.

En el momento histórico que atravesamos vale la pena advertir sobre esto pues con la gran necesidad masiva de atención en salud mental que existe hoy día, es necesario elegir bien a quién consultar al momento de requerir tratamiento.

Información Básica

Para quienes no lo sepan porque no se mueven en este terreno es importante dejar claro que existen varias escuelas de pensamiento (modelos) en el terreno psicoterapéutico, estas escuelas se diferencian por la teoría en la que se basan (la manera de entender y explicar el funcionamiento de la mente humana) y las técnicas que utilizan para lograr la mejora del paciente frente a sus síntomas. Algunas de estas escuelas o modelos de psicoterapia son:

  • Psicoterapia Psicodinámica
  • Psicoterapia Cognitivo-conductual
  • Psicoterapia Humanista
  • Psicoterapia Sistémica

Estos no son los únicos modelos de psicoterapia, solo los coloco aquí a manera de ejemplo, sin embargo es importante mencionar que todos los modelos de psicoterapia que estén formalmente aceptados por organismos internacionales que rigen la profesión (Como el Consejo Mundial de Psicoterapia, por ejemplo) son válidos, su eficacia se ha probado científicamente y todos respetan aspectos como los derechos humanos y buscan el bienestar superior de la persona y su entorno.

Lo Que Está Pasando

Dicho lo anterior me llama la atención poderosamente la ola de personas que he notado llamándose a sí mismos(as) psicoterapeutas y colocándose una etiqueta ideológica inmediatamente después, como si las ideologías tuvieran cabida en este terreno profesional. Algunos ejemplos que he visto pasar son:

  • Psicoterapia Católica
  • Psicoterapia LGBT
  • Psicoterapia Feminista
  • Psicoterapia con Perspectiva de Género

Entiendo que cada quien es dueño de poner en sus perfiles profesionales lo que desee, sin embargo, uno no es un «Psicoterapeuta Católico», uno es psicoterapeuta y ya. Acaso cabría colocar el modelo de psicoterapia que uno practica (como aparece en la primera lista que puse en esta entrada), pero no cabe colocar etiquetas ideológicas que den a entender que el trabajo terapéutico estará teñido por esa postura particular sobre la vida.

 

El espacio terapéutico no debe prestarse para esparcir posturas políticas, ideológicas, religiosas o identitarias del terapeuta.

 

Ahora bien, he tenido algunas conversaciones con colegas que colocan estos apellidos ideológicos a su profesión y, en pocas palabras, me dicen que lo hacen porque es importante que las personas sepan que valoran la igualdad, que respetan los derechos humanos, que la terapia con ellos(as) es un espacio seguro para hablar de estos temas, o alguna razón similar. Y bueno, a eso debo decir que comprendo su intención y que respeto su opinión equivocada. Paso a explicar por qué.

 

Los Riesgos

Decir que uno hace «Psicoterapia LGBT» trae a la mesa la idea de que uno, como profesional, tiene una postura ideológica al estar en sesión con pacientes y eso es dañino porque limita lo que el paciente se atreva a contar o no. Es fundamental que la psicoterapia en sí misma no se afecte por la postura personal del terapeuta, sino que sea un ejercicio de entendimiento del otro. El esfuerzo por entender (no justificar) al otro se da a pesar de si (o precisamente porque) su forma de ver las cosas es distinta y puede generar alguna perturbación en sí mismo o en sus relaciones. Para llegar a ese entendimiento con la profundidad necesaria el terapeuta tiene que mantener una distancia prudencial de sus posturas personales mientras hace su trabajo. Para los terapeutas siempre hay historias particularmente difíciles de escuchar y tratar, porque los terapeutas somos humanos al final del día y nunca podemos deshacernos por completo de nuestra forma personal de ver el mundo, pero sí necesitamos ponerla en pausa para poder recibir lo que el paciente trae.

 

Limitar la intrusión de la vida personal del terapeuta en el tratamiento no es sinónimo de «quedarse en el closet», sino un reconocimiento de que la realidad del otro (no la propia) es el foco de la sesión.

 

Para nadie es un secreto que este servidor tiene una orientación sexual homosexual (a falta de un mejor término) pero ser Psicoterapeuta y ser homosexual no me hace un “Psicoterapeuta Gay” si es que soy un buen profesional. En los últimos 20 años he visto infinidad de personas que actúan, piensan o sienten de maneras que podríamos etiquetar como homofóbicas, sin embargo mi trabajo no es hacer un juicio de valor a partir de que yo tenga tal o cual orientación en mi vida de pareja. Mi trabajo es entender por qué piensan, sienten o actúan de la manera en que lo hacen, empatizando y sin hacer juicio. Mi trabajo no es evitar que se acerquen a terapia porque yo soy homosexual y ellos homofóbicos, tampoco cambiar su manera de ver el mundo, eso cambiará o no dependiendo de lo que vayamos descubriendo en el camino terapéutico que emprendemos juntos.

Otro ejemplo, un poco más universal, se da cuando nos toca trabajar con agresores, personas que han cometido crímenes o  cuya historia toca temas álgidos del momento histórico en que estemos, como las posturas sobre el aborto, la pena de muerte, el uso de drogas o los crímenes de odio. Historias como estas son una suerte de evento olímpico que require del terapeuta no menos que su mejor desempeño para lograr profundizar, empatizar, entender y explicar con la menor cantidad de daño posible para sí mismo y para su paciente. Esto no se puede hacer si nos pensamos a nosotros mismos como psicoterapeutas de una determinada ideología, creencia y demás. Al mismo tiempo denominarnos “Psicoterapeuta pro-choice” o “psicoterapeuta anti-bullying” o “psicoterapeuta pro pena capital” solo mete un montón de ruido en un espacio que debería facilitar el acercamiento en lugar de abrir la relación con una especie de advertencia. Por cierto, la advertencia se traduciría de manera aproximada a algo así: “estudié psicoterapia pero no puedo tolerar en mi cabeza a alguien que piense distinto a mí”.

Conclusión

La psicoterapia busca el bienestar mayor de la persona y su entorno. Todos los modelos de psicoterapia respetan los derechos de todas las personas, sus creencias y demás, ponerle el apellido de «LGBT» o «Feminista» a la psicoterapia sería como decir «Neurocirugía feminista» u «Ortodoncia LGBT», no tendría sentido porque la neurocirugía y la ortodoncia buscan la salud para todas las personas que requieren de la profesión. La psicoterapia busca lo mismo, un buen terapeuta tiene que ser capaz de recibir posturas de vida múltiples, conflictivas, ambiguas, estrictas, rígidas, nuevas, desconocidas, familiares, extrañas y demás y tiene que ser capaz de sostenerlas en su mente por un rato para entender de dónde surgen y qué papel juegan en la vida de aquel sentado en el sofá del otro lado del consultorio.

Sentir que necesitamos poner estos apellidos manda el mensaje equivocado de que la psicoterapia por sí sola no respeta las posturas y la historia de cada persona, en ese sentido ponernos apellidos ideológicos, políticos, identitarios, religiosos y demás solo hace daño a la profesión en lo macro (diciendo que la psicoterapia juzga y toma bandos) y en lo micro (evitando que muchos pacientes se atrevan a contar su realidad por miedo al juicio, diciéndoles que deben seleccionar a alguien que piense como ellos y enviándolos peligrosamente a buscar espacios donde se facilita el sesgo de confirmación), en fin no permite hacer el trabajo de forma saludable y productiva.

Con eso cierro por hoy, un abrazo fuerte y espero que esta reflexión les sirva para seleccionar bien a su psicoterapeuta.

Dr. Alvaro Gómez Prado
Psicólogo Clínico y Psicoterapeuta Psicoanalítico
@AGomezPrado