La Cura a Todos los Males
Una de las primeras cosas que aprendí estudiando psicología y que nunca dejo de confirmar es que el vínculo es lo más importante. Por eso darle cosas a los hijos para reemplazar el tiempo y la atención que no les dimos no funciona. El vínculo mantiene vivo al suicida, tranquilo al ansioso y le da sentido a la vida del depresivo, organiza al psicótico y le da al adicto aquello que busca en las sustancias. Por otro lado la falta de vínculo nos hace discriminar, ofender y atacar, además de sentirnos solos. El vínculo, señores, no los amigos de fiesta, los conocidos o los amantes de ocasión… el vínculo es la razón de vivir.
En algún lugar leí sobre la idea de que todos somos parte del universo y que tal vez somos una de esas partes en que el universo ha tomado consciencia de su propia existencia. No es una idea descabellada si lo pensamos bien, después de todo no solo estamos en el mundo sino que somos parte de él, no solo existimos sino que sabemos que existimos. Pero ese saber produce todo tipo de ansiedades existeciales, preguntas sin respuesta y escenarios amenazantes. Si existimos ¿podemos dejar de existir? ¿qué pasa con nuestra consciencia al morir? ¿existe un fin real a nuestra vida? ¿existió un origen? ¿alguien más siente lo mismo que nosotros?
Atrapados en el cuerpo nos vemos a nosotros mismos decaer, envejecer y acercarnos peligrosamente al fin de la vida o, mejor dicho, al fin de la consciencia de nuestra vida. Nos inventamos todo tipo de soluciones para mitigar estos temores existenciales: desde religiones que ofrecen vida eterna a cambio de obediencia hasta cremas para la piel que esperamos retrasen el envejecimiento o filosofías de autoayuda que nos hablan de algún eterno poder interior.
Contemplar la inmensidad del universo y compararlo con las distracciones mundanas que tenemos diariamente nos da alguna perspectiva pero también nos presenta una oportunidad de elección. Como especie es más sencillo seguir distraídos con el dinero, la farándula, las divisiones políticas, categorías sexuales, etiquetas étnicas, religiosas y demás. Es más sencillo pelearnos por lo mundano que observar de frente la inmensidad de ese universo del cual formamos parte y tragarlo todo de un golpe. Tal vez absorberlo es demasiado para nosotros, como cuando tragas demasiado de una bebida helada y sientes que se te congela el cerebro.
Un día moriremos, un día nuestra consciencia se desvanecerá, pero no en este instante, no ahora mismo mientras leemos este escrito. Aún estamos aquí y aún buscamos respuestas con nuestro poco conocimiento. Si me preguntan, si en algo puedo contribuir a esta búsqueda de respuestas, pienso que la búsqueda inicia y termina en el otro. Inicia con nuestras madres y la manera en que crecimos en sus cuerpos prestados durante meses, en la forma en que nos miramos en sus ojos para vernos a nosotros mismos mientras nos amamantaron cuando solo existía para nosotros ese vínculo, sin las distracciones mundanas, solo esa otra persona y nosotros. El camino inició allí y continúa en tantas otras miradas durante la vida, el camino nunca termina sino que sigue en el otro.
Encontrar a otras personas con quienes compartir nuestra propia consciencia de las cosas, resonar, comunicarnos, entendernos y servir es lo que le da esa sensación de sentido a nuestra vida. Porque mi consciencia de mi existencia y la del otro, juntas, mitigan la soledad y nos reconectan con el mundo, nos energizan y nos devuelven esa sensación temprana de conexión. Por eso torpemente buscamos amores ocasionales, en un intento inconsciente de sentir cercanía, de usar el cuerpo para sentirnos bien, para conectarnos con alguien más.
Me aterra la idea de dejar de existir, puedo verlo, sentirlo, admitirlo y pareciera que lo único que nos mantiene aquí, conscientes y vivos son los vínculos importantes. Es hora de quitarnos los lentes oscuros de lo mundano y mirar de nuevo en los ojos del otro, igual que lo hicimos cuando esa conexión vital con nuestra madre era lo único que importaba. Porque en el otro nos encontramos a nosotros mismos y encontrarnos a nosotros mismos es la cura a todos los males.
Que estén bien,
Dr. Alvaro