Salud mental y homofobia, transfobia, queerfobia
Hoy es #IDAHOBIT2021, el día internacional contra las homofobia, bifobia, transfobia, lesbofobia y demás formas de rechazo que hoy día podemos resumir en «QUEERfobia«.
Hablemos un poco de esto y su relación con la Salud Mental en este video.
Resaltando lo Bueno
Hace unos días me entrevistó Gisela Tuñón para su programa en YouTube Resaltando lo Bueno, hablamos sobre salud mental y pandemia en una conversación de casi una hora llena de información. Les recomiendo mucho ver el video si quieren enterarse de lo que vemos los terapeutas en el día a día así como recomendaciones para cuidar su salud mental y tal vez entender algunas de las cosas que todos hemos notado.
Pueden dejar sus comentarios acá o por redes sociales.
Un abrazo,
Dr. Alvaro
Cuarentena, tapabocas y distancia: por qué nos cuesta acatar medidas de prevención contra COVID19.
La nueva cuarentena total terminó luego de dos semanas, no fue mucho tiempo esta vez considerando que la última vez tomó aproximadamente 7 meses. Sí, en mi país el período de cuarentena original en 2020 se salió de control. Esta segunda cuarentena solo duró dos semanas pero fue suficiente tiempo para ver cambios importantes en la clínica y en mi propio estado emocional. ¿Qué pasa con estos períodos de cuarentena y, en general, con nuestro cumplimiento de las normas de prevención contra la COVID19? ¿Tiene esto algo que ver con nuestra psicología?

El deseo de libertad puede llevarnos a abandonar medidas de cuidado si dichas medidas se sienten como impuestas, si no comprendemos su utilidad y/o si no sabemos cuánto tiempo durarán.
En la reflexión de hoy, que inició como un post en mi twitter (pueden seguirme allá también), quiero comentar que la psicología del DESEO es bien interesante, por ejemplo es bastante común que la prohibición de algo aumente el deseo que sentimos hacia ese algo, en parte porque romper esa limitante es una prueba de la propia libertad. Esto se da en parte porque nadie se siente tan libre como cuando está haciendo algo que «no se debe» o «no se puede», por eso la forma más adecuada de lidiar con muchas situaciones no es con prohibiciones ya que las mismas irremediablemente hacen que mucha gente tienda a incumplir.

A veces algo tan pequeño y frágil como un tapabocas puede sentirse como una prisión.
Lo anterior funciona para cosas del día a día como relaciones de pareja (atención a cómo hacemos los acuerdos entre los pares, sobre todo en cuanto a la infidelidad) y también para cosas complejas y sorpresivas como el manejo de una pandemia. El gobierno de mi país cerró las playas, los parques, las calzadas que suelen usarse para hacer ejercicio, caminar o solo estar en contacto con algo de naturaleza, la población reaccionó masivamente con descontento y a continuación me atrevo a compartir mis ideas sobre el por qué.
En alguna medida no se trata solo de que la gente quiera ir a la playa, no es que quiera salir todos los días, no es que quiera estar sin tapabocas, todas esas cosas son ejemplos de algo más profundo y que unifica a todas las personas: lo que la gente quiere (queremos) es libertad, saber que no hay una restricción que nos resulta antinatural. Todos tenemos limitantes, no podemos volar por ejemplo o leer la mente ajena sin echar mano de recursos elaborados (un avión, una conversación) pero cuando se trata de restricciones que sabemos artificiales e impuestas desde fuera lo que despierta es nuestro deseo de libertad, eso es lo que deseamos… sí, me atrevo a asegurar que tú también.
Y no, no es mi intención excusar a aquellos que van sin mascarilla o la usan mal o a quienes se reúnen en fiestas o reuniones que exponen a otros. Mi intención es llamar la atención sobre cosas que considerar al establecer políticas públicas o abordar una crisis como esta desde las autoridades.
¿Qué hacer?
No, no somos animales, podemos pensar y entender la necesidad de algunas medidas, incluso llevarlas a cabo y aguantarlas por un rato. El problema muchas veces radica en la sensación de imposición, a lo que el humano naturalmente se resiste. A continuación algunas sugerencias:
- Implementar medidas basadas en evidencia científica: sí, durante la pandemia hemos ido aprendiendo sobre el coronavirus, la COVID19, los efectos de las medidas de prevención, cuáles funcionan y cuales no, etc. Es normal que de vez en cuando se implementen medidas que luego deben retirarse al darnos cuenta que no hacen mayor diferencia o bien son contraproducentes. El conocimiento científico funciona así, vamos averiguando a medida que andamos. Es por esto que las medidas deben ser dinámicas para evitar cuartar libertades de manera innecesaria. Un ejemplo de medidas innecesarias a esta altura es cerrar las playas y los parques, esto es un error porque ya sabemos que los espacios abiertos son mucho menos peligrosos que los cerrados. La gente se resistirá al cierre de parques si al tiempo se mantienen abiertos los casinos, como en efecto sucede en mi país al momento de publicar este escrito.
- Establecer las medidas nuevas desde la invitación a colaborar y no desde la imposición: cuando se necesite establecer un límite que no sea natural (como pedirle a la gente que use mascarilla o mantenga su distancia) porque la gente no es tonta (o mala), en general lo que sucede es que no ha integrado la información nueva con lo que ya sabe y por eso no acata algunos comportamientos nuevos.
- Tener una base común de educación formal entre todas las personas (o al menos la mayoría): con esto quiero decir que no basta con machacarle a la gente la información o repetirlo en una campaña en medios una y otra vez o hacer mantras («usa mascarilla, usa mascarilla»), eso es solo una parte del proceso, si fuese tan sencillo ya le habríamos ganado la guerra al VIH porque todo mundo haría algo tan poco natural como usar preservativo y lo haría sin quejarse. Necesitamos apelar a que la gente comprenda la razón que sustenta el comportamiento que se les pide, de otra manera se resistirá sin duda.
- Dejar claro que la medida incómoda de turno será temporal: Nadie quisiera vivir en un ascensor, pero voluntariamente nos encerramos en uno sabiendo que en unos cuantos segundos saldremos y llegaremos a nuestro destino. Es incómodo pero temporal, pasa lo mismo con el uso de tapabocas o las semanas sin ver a nuestra familia. Aunque no sabemos cuándo terminará la pandemia, quienes establecen las normas sí pueden dar un parámetro, una idea de cuánto durarán las medidas más incómodas. Es distinto decir «vamos a cuarentena total por 2 semanas» que decir «vamos a cuarentena total por 2 semanas… si se portan bien» o «si baja el número de casos», estas dos últimas dejan demasiada incertidumbre en el ambiente, la gente siente ansiedad y no podrá tolerar una medida de cuidado porque no sabe cuánto tiempo deberá acatarla. ¿El resultado? La medida no funcionará y será por la implementación que se empleó más que por la medida en sí.
En conclusión:

Tener acceso a espacios abiertos puede ayudar a mantener nuestra salud mental mientras toleramos restricciones temporales.
Muchos podemos sentirnos frustrados porque otros no están acatando algunas medidas de las cuales depende la salud de todos, pero vale pensar que no todos tenemos la misma realidad emocional, social, económica, laboral, familiar, de salud física, etcétera. Ni siquiera todos tenemos acceso a la misma educación o a espacios abiertos en casa (patio y demás) y al sentir la incomodidad de la medida impuesta muchas personas que no puedan integrar la razón detrás de la medida cederán ante el creciente deseo de libertad. Para facilitar el cumplimiento de normas no se requiere imponer, se requiere que la gente quiera colaborar, para eso toca garantizar a todo el mundo el acceso a educación de calidad y para eso los gobernantes necesitan quitarse intereses políticos, económicos y demás.
Recuerda: la gente educada puede resistir el impulso de quitarse la mascarilla o romper la burbuja familiar si recibe información veraz y la logra integrar con lo que sabe, además de saber que es temporal, de lo contrario el deseo de libertad nos gana y no habrá imposición que valga.
¿Cómo te ha ido a ti con las medidas de prevención? Déjame saber en la caja de comentarios y recuerda, esto también pasará.
Dr. Alvaro
Dos hombres y Dos Perros: navidad en pandemia.
Un nuevo lugar
Hace unos días nos mudamos a un nuevo lugar. En la foto, ya listo para salir por última vez del apartamento anterior, sentí nostalgia por los diciembres previos, las reuniones, las risas, las visitas, los momentos que este año no se pudieron repetir por la pandemia.
Ayer fue navidad y en otro año estaríamos recibiendo a ambas familias para celebrar. Este año fuimos solo Guille, Barú, Dreamer y Yo, dos hombres y dos perros. Esta “burbuja familiar” está tratando de mantenerse cerrada en medio de una pandemia, una mudanza y un diciembre lleno de extrañeza. El día de navidad marcó también el inicio de una nueva cuarentena en mi país. Panamá ha explotado en casos de COVID19 desde hace unas semanas y el sistema hospitalario no se da abasto.
Es difícil ver que mucha gente rompe sus burbujas y se reúne como si no pasara nada. Yo también extraño a los míos y trato de estar cerca mientras estoy lejos. Me siento impotente al saber que la conducta de otros irremediablemente acercará el virus a mi familia y me enoja pensar que me limito para cuidar(me / los / nos). Tal vez sea mi síndrome de superhéroe o mi crianza católica, podrían ser los efectos de ver a mamá sacrificar placeres personales por favorecer necesidades ajenas durante toda la vida, cualquiera sea la razón mi tendencia natural es a prever y tomar la ruta más saludable para tanta gente como pueda. Debo quedarme en casa y proteger esta burbuja lo más posible.

Diciendo adiós a nuestro viejo hogar.
Cansancio, culpa y pérdida.
Diciembre suele recargarme emocionalmente y prepararme para el año siguiente. En un año tan pesado como este lo necesito más que nunca porque #ElVínculoCura y es ese contacto lo que busca mi cerebro, es ese contacto al que renuncio en un intento de garantizarlo para el futuro.
¿Funcionará la estrategia? No hay forma de saberlo y la culpa de ver a alguien que amo afectado por este virus después de una reunión que yo haya permitido o promovido no me dejaría vivir en paz. Yo conozco bien el dolor de la pérdida, lo he vivido personalmente varias veces y lo vivo a diario con mis pacientes de una forma u otra.
Aunque no suene apropiado para la época navideña hay una frase que me da vueltas en la cabeza el día de hoy: “No es lo mismo llamar al demonio que verlo llegar”. No me malentiendan, estoy feliz por la mudanza y mi familia (dentro y fuera de mi burbuja). El esfuerzo descomunal de este año ha funcionado, el trabajo, la distancia, la soledad, el silencio, el insomnio, las incontables sesiones, las discusiones, las disculpas, las caídas, las levantadas, los trámites… no, no lo pasaría de nuevo, pero me queda claro que pude navegar este año sin fracturar mi #SaludMental. Sé, al mismo tiempo, que otros necesitan ayuda, a veces más que uno y es nuestro deber hacer lo que podamos por ellos.
Estar sin estar.
Si quieres ayudar mantén tu burbuja, chequea cómo van tus seres queridos y recuérdales la importancia de hacer lo mismo. Estar cerca mientras estamos lejos genera una pequeña sensación de pérdida, de algo que falta, como cuando hablas con una persona en una mesa y solo dice «ajá… ajá…» pero está distraída revisando su teléfono celular. Esa suerte de «pérdida ambigua» (Pauline Boss, 1999) nos deja con una micro fisura en el vínculo que, si sigue pasando con frecuencia puede acabar fracturándolo. Ese es el impacto de la cuarentena y el distanciamiento social, por eso los psicoterapeutas debemos hacer un esfuerzo extra al ver pacientes por videollamada para tratar de salvar esa brecha que irónicamente produce una tecnología que nos mantiene conectados. Esa es la razón principal de mi cansancio y ese cansancio se solucionaría con ver a mi familia y amigos como cada fin de año.
Como ven, puedo entender los dolores de la distancia que nos generan las medidas de prevención, sé que suena a una crítica y a un juicio hacia quienes han roto las normas y se han reunido pero, en el fondo, sé por qué lo hacen y una parte mía quisiera hacer lo mismo. Digamos que estoy criticando una acción muy natural porque lo no natural es mantener esta distancia que agota y que requiere tanto trabajo mental para recordar por qué es necesaria.
El peso de la cultura.
En estas fiestas, las reuniones que se dan nos muestran cómo la cultura puede imponerse sobre un peligro biológico, cómo lo que pensamos y las costumbres y hábitos que hemos creado pueden ser más importantes para muchos que el riesgo concreto y físico al cuerpo. Esto se arreglaría cambiando la cultura pero aquello es tan difícil de hacer, tan lejos estamos de cambiar nuestro concepto sobre las cosas que decidimos ignorar una amenaza biológica para nosotros y nuestros seres queridos, optando por el placer inmediato de reunirnos y tocarnos antes que por la seguridad de largo plazo en la presencia del otro que nos generaría la distancia física temporal. Así de importante son las necesidades psicológicas y así de agotadora es la lucha interna para no satisfacerlas.
Mudarse a un nuevo lugar da la oportunidad de un nuevo inicio, este año nos tocó decidir cuales rituales queríamos mantener y cuales costumbres nuevas iremos creando. Reunirse no era una opción así que hicimos lo posible para pasar noche buena de forma agradable, sin mayores decoraciones y aún con muchas cosas en cajas. Esa noche me fui a dormir pensando que en la tarde había salido a sacar la basura y había visto unos 8 pares de zapatos formales afuera de la puerta de mis nuevos vecinos. Las risas desde adentro de su apartamento se escuchaban hasta el pasillo y yo, con mi mascarilla y mi bolsa de basura hice una pausa un segundo para notar lo bien que la pasaban y lo cerca que me encontraba de la tan añorada normalidad.
Tendremos que esperar un poco para ver a los nuestros. Cansados y aislados saldremos de esta, en el camino me preguntaré a diario si una golondrina puede hacer verano o, más bien, si dos hombres y dos perros pueden contener una pandemia.
Feliz navidad.
Dr. Alvaro
Burnout y masculinidad: la dificultad de parar y el hustle culture.
¿Has sentido que estás atrapado en un trabajo que tal vez te guste pero que ha perdido el sentido para ti? Tal vez ya no es algo interesante aunque en un inicio te apasionaba. Es difícil concentrarte, ser eficiente y productivo, sacrificas rutinas saludables para poder rendir más y aún te sientes abrumado por lo mucho que tienes que hacer. Probablemente te estés quemando, ya lo proponen como un síndrome, a mí me pasó y si sigues leyendo te cuento cómo reconocerlo y corregirlo.
Sin descanso.
Ahí estaba yo, a las 7 de la noche de un domingo tratando de poner al día cuentas por cobrar de algunos clientes. Mi fin de semana se había ido volando, sobre todo si tomamos en cuenta que había trabajado hasta pasado el medio día del sábado. Mi pareja había pasado tiempo descansando y esa mañana yo, al intentar sentarme a ver una película con él, había llevado la computadora portátil conmigo hasta el sofá frente a la televisión. Mientras los personajes en la TV contaban una historia dominguera, los números en mi hoja de cálculo me miraban desde la pantalla de la laptop y yo no podía concentrarme en ninguno de los dos estímulos por completo. Había trabajado toda la semana, mañana iniciaría de nuevo, hoy era domingo y yo no podía parar.
En mi mente las cuentas eran un pensamiento recurrente, cuadrar el ingreso para cubrir todo, ahorrar y estar preparado para emergencias se hacía aún más crucial en medio de una pandemia y la impredecible economía. Sé que suena cliché pero esa idea de «tengo que proveer para mi familia» estaba siempre en mi cabeza ¿qué pasaría si alguien enferma de covid? ¿Cómo pagaría mis compromisos económicos si el trabajo se termina en un par de meses y no puedo volver el ingreso de antes? En mi línea de trabajo la hora que no se trabaja es un hora que no se cobra y la incertidumbre de la pandemia no ayudaba a tranquilizarme.
¿Cómo se siente?
Estaba quemado, ese síndrome de burnout en que estás exhausto física y mentalmente debido a tu trabajo. Llevar un horario me estaba costando, hasta me había alegrado alguna vez en que alguien me cancelaba repentinamente una sesión, había tenido dolores de cabeza en los últimos días, estaba empezando a sentir rabia por un trabajo que normalmente me gusta mucho realizar y, en sesiones, notaba cada vez más dificultad para «atinarle» a lo que le sucedía a los pacientes. Sí, estaba quemado.
El burnout puede sucedernos por trabajo pero también por relaciones u otras actividades, usualmente tiene que ver con realizar una misma actividad sin parar durante demasiado tiempo y sentir que la recompensa que recibimos no es suficiente por el esfuerzo gigante que estamos haciendo. Cuando sientes que no ganas suficiente dinero para pagar tus cuentas, que no consigues suficiente libertad para pasar tiempo con tu familia, que aún no logras ese estado de tranquilidad y confianza en que todo estará bien que se supone debería garantizarte tu actividad (o tu relación) puedes acabar experimentando burnout.
Los hombres y la Cultura del Ajetreo.
Y luego está el otro concepto innecesario que se ha popularizado últimamente. La «hustle culture» o «cultura del ajetreo» (traducción que me parece perfecta por lo que significa en español) no es más que esa valoración excesiva que se da a estar ocupados, trabajando, produciendo, sin tiempo, siempre tomando la siguiente oportunidad y sin poder decir que no a la actividad, usualmente mediados por sentimientos como la culpa o la vergüenza. Sí, es valorar el ajetreo como si sirviera de algo aún a costa de nuestra propia salud.
Cuando eres hombre estas dos realidades (el síndrome del burnout y la cultura del ajetreo) se pueden combinar con un tercer elemento que suele no mencionarse: los roles masculinos tradicionales. En efecto, la idea pasada de una generación a la otra de que el hombre es un proveedor, que debemos trabajar y traer el pan / dinero y asegurarnos de que todos en casa estén protegidos contra el próximo metafórico dientes de sable suele estar engramada en nuestra identidad y, en tiempos modernos, parar para descansar puede confundirse en nuestra mente con ser irresponsables o ser menos masculinos.

Para algunos hombres detenerse y parar de producir puede sentirse como algo poco masculino.
Sí, lo anterior también puede pasarle a las mujeres hoy día y también podríamos meternos en el agujero de conejo de la sociedad machista y cómo los roles de género se nos han vendido distintos y demás, pero quisiera más bien prestar atención a la experiencia subjetiva que al empleo excesivo de la teoría. ¿Cómo se siente cuando estamos quemados, necesitamos descansar, pero lo que se espera de nosotros es proveer y proteger y resulta que eso se entiende hoy día como estar siempre ocupados y en ajetreo? Se siente como estar atrapado, preso en una cárcel que hemos construido para nosotros mismos y que tenía una función pero se nos ha salido de las manos. Así se siente.
¿Qué hacer?
Decirte que simplemente cierres la laptop no ayuda mucho, sobre todo porque si fuese tan sencillo cualquiera podría hacerlo, pero a mí me sirvió ponerme en contacto con mi cuerpo y hacer un recuento de cómo se sentía durante la última semana. Me di cuenta que había estado esforzándome por mantenerme despierto hasta tarde temiendo que el nuevo día empezara, había tenido dolores de cabeza, dificultad para concentrarme y para tener actividad física, mi deseo sexual estaba de vacaciones pero no tenía un estado de ánimo triste o irritable y tampoco alteraciones de apetito o de pensamiento más allá del enfoque en el trabajo.
Si te has sentido de esta forma aquí van algunas recomendaciones para abordar la situación. Pueden sonar como algo simplista pero si se aplican bien pueden hacer una gran diferencia.
1- Los básico: necesitamos cuidar el cuerpo prestando atención a los 3 aspectos importantes que siempre menciono: ejercicio, alimentación y descanso. Hazlo sencillo, actividad física como caminar media hora cada mañana, alimentarte de manera saludable y dormir las horas que necesitas.
2- Tomar vacaciones: ya sé que es complicado y que muchas veces no está en nuestro control decidir si podemos tomar unos días la próxima semana o parar de trabajar por un mes entero, pero podríamos empezar por preguntarnos cuánto tiempo necesitamos de vacaciones y empezar a planear. En general podríamos tomar algunos espacios durante la semana, tal vez una hora en la mañana o en las noches para hacer actividades totalmente distintas al trabajo y que tengan sentido para nosotros, pro tip: las actividades creativas suelen ayudar mucho.
3- Reconocer que esto puede pasarle a cualquiera: no significa que haya algo defectuoso en nosotros, los seres humanos no evolucionamos para soportar el nivel de estrés al que nos sometemos en tiempos modernos, sobre todo porque suele ser un estrés sostenido, por eso tomar descansos es necesario ya sea durmiendo, parando de trabajar o haciendo una actividad totalmente diferente por un tiempo.
4- Pedir ayuda: si nos cuesta parar aunque objetivamente podríamos hacerlo tal vez sea hora de averiguar qué significado tiene para nosotros seguir al ritmo que llevamos. Puede que seguir el ajetreo tenga que ver con nuestra identidad, con el rol que aprendimos que debemos actuar o incluso que el exceso de trabajo nos sirva para evadir otras realidades que nos incomodan como una pérdida, problemas familiares o de pareja que nos cuesta afrontar, sensación de ser inadecuados si paramos de producir, entre muchas otras cosas. Un buen terapeuta puede ayudarnos a entender por qué se nos hace difícil detenernos y si lo podemos entender lo podemos controlar.
Trabajar sin parar puede ser una de las conductas que definen la masculinidad, descansar puede verse como inaceptable.
Conclusión:
En una época como esta estamos sometidos a más y más estrés sostenido producto de situaciones laborales, familiares, de pareja, etc. Este estrés sostenido no es algo para lo cual hemos evolucionado así que manejarlo requiere un trato especial. Por otro lado la idea de que tomar descansos y pausas de autocuidado no va de acuerdo a la visión tradicional del hombre (que puede con todo y cuya única función es proveer o trabajar fuera de casa) obstaculiza procesos sanos que todos deberíamos tener. Lo anterior se suma al hustle culture para conformar una bomba de tiempo que nos explota en la cara en la forma de síntomas físicos y mentales que incluyen cansancio, descuido y una afectación de nuestro funcionamiento laboral o personal.
¿Te ha pasado? ¿Te identificas con esta situación? ¿Cuáles son tus técnicas de autocuidado que te permiten seguir funcionando a largo plazo? Cuéntame en los comentarios.
Comparte este post en tus redes y ayudemos juntos a otras personas.
Dr. Alvaro
Algo extra:
Miedo y Cansancio: las primeras salidas post cuarentena.
En el restauranteHace unos días salí con mi burbuja, estábamos en un área externa del restaurante a distancia de las demás mesas, nuestro mesero parecía astronauta por tanta protección y tuvo que repetir varias veces algunas frases porque era difícil entender lo que decía detrás de tanto filtro físico. Todo muy bien hasta allí, nos retiramos el tapabocas una vez asegurada la situación y arribada la comida, todo se sentía normal y seguro.
De pronto sucedió: dos chicas se encontraron junto a nuestra mesa, por lo que escuché – así de cerca estaban – se conocían pero no habían venido juntas y estaban cruzando de un punto al otro de la terraza. Se detuvieron muy cerca de nosotros (y entre sí) para saludarse y empezaron a conversar, no llevaban tapabocas.
Las historias de varios pacientes que había escuchado en la semana empezaron a correr por mi mente, ahí estaba, era ese temor… esa duda. ¿Debería colocarme el tapabocas? Pero aún estaba comiendo, ¿Debía pedirles que tomaran distancia? ¿Cómo lo tomarían si básicamente les estaría diciendo qué hacer? ¿Me responderían verbalmente? ¿Y las gotículas? Ninguno tenía tapabocas en ese momento ¡Quiero salir corriendo!
Ese segundo de pausa que uno toma antes de incorporar un comportamiento nuevo, como quien trata de medir la distancia antes de saltar para no equivocarse, estuvo lleno de miedo, hipervigilancia y obvia catastrofización, hice un esfuerzo por observarme y me di cuenta que me cubría la boca con el cuello de la camisa hacía unos segundos. Mientras mi mente debatía si debía colocarme el tapabocas mi cuerpo hizo lo que pudo para cuidarse. ¡Qué situación tan particular!
Las chicas se fueron antes de que pudiera decidir qué hacer, yo sentí rabia hacia ellas por exponerse/nos y hacia mí mismo por no reaccionar más rápido. Un poco de autocompasión ayudó y pude seguir la noche.
¿Cómo nos sentimos?Ha pasado un año desde el primer caso registrado de COVID 19 en el mundo y salir a comer no se siente como antes, seleccionar el lugar implica pensar en si tiene terraza o algún espacio abierto, si el personal utiliza mascarillas o escudos faciales, si han distanciado las mesas o no. Anteriormente lo importante era qué deseabas comer, el tipo de ambiente social para pasarla bien o el precio. Hoy día se trata de salud física.
El miedo al contagio por coronavirus nos ha hecho repensar las salidas, si vas a un restaurante ¿cuándo te quitas el tapabocas? ¿Solo al momento de comer o desde que llegas al lugar? Se supone que solo debes salir en tu burbuja (con quienes vivan contigo en la misma casa) pero puede haber situaciones en que debas comer con alguien de otra burbuja. En estos casos ¿Llevar el tapabocas es tratar al otro como un enfermo o significa que lo estoy cuidando? ¿Es irrespetuoso llevarlo o más bien retirarlo?
Las anteriores parecen preguntas fáciles de responder a la distancia pero quien haya salido reconocerá ese momento de duda en que debemos decidir qué hacer, no porque ignoremos las medidas de prevención, sino porque todos estos detalles son cosas nuevas a las que prestar atención y aún nos estamos acostumbrando.
Por un lado es normal sentir miedo al contagio y algo de estrés por la necesidad de estar pendientes a cosas que antes pasábamos por alto en alguna medida. También es normal temer la reacción de otros si necesitamos pedirles distancia o que se cubran. Ese estado emocional de temor y estrés constante nos generará cansancio, irónicamente ya que surge en situaciones que deberían producir relajación. Otro tipo de cansancioPero hay otro tipo de cansancio y es muy importante reconocerlo: el cansancio por pretender, por hacer “como si” no estuviese pasando nada.
En efecto, frente a la ansiedad de la covid muchas personas pueden tomar posturas extremas para poder tranquilizarse. Una opción extrema es tratar de controlar obsesivamente cada pequeño detalle al punto de no poder funcionar, pero otra opción extrema es pretender, hacer como si no pasara nada, entrar en una especie de negación, de minimización de la seriedad del asunto y lógicamente relajar las medidas de seguridad.
Vemos entonces gente que conoce perfectamente las medidas de prevención pero lleva la nariz fuera de la mascarilla, se baja el tapabocas en espacios públicos con cualquier excusa, toca a otras personas mientras les hablan (por supuesto a corta distancia), etc. Es como vivir en la primera mitad de 2019.
En el corto plazo esta negación les puede tranquilizar, sin embargo, es evidente que estamos bombardeados por información sobre el coronavirus y la pandemia, redes sociales, televisión y periódicos nos inundan con la misma, en cada lugar te toman la temperatura y te dan gel alcoholado. Negar la realidad requiere mucha energía psíquica, requiere demasiado esfuerzo y ese esfuerzo agota.
![]() Recomendaciones¿Qué hacer? ¿Cómo lidiar con este agotamiento y ese temor? Aquí van 5 recomendaciones para manejarlo y cuidar nuestra salud mental.
Tener esta experiencia en el restaurante disparó conversaciones en casa y ayudó a entender cómo se sintió cada quien en ese momento, la próxima vez que salgamos lo haremos más claros de cómo accionar frente a estas situaciones y lo haremos como equipo, habiendo conversado sobre qué es mejor para nosotros.
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Hombres en consulta: notas sobre salud mental masculina.
¿Hay particularidades masculinas en cuanto a salud mental? Veinte años de ver pacientes y estudiar sobre los hombres (además de terapia personal) me han enseñado cosas sobre la masculinidad. Les comparto algunas reflexiones. Para no llorarDurante estos años pocas cosas son tan dolorosas para mí en consulta como ver los ojos aguados de un hombre que muestra los dientes, me mira fijo y entierra las uñas en el sofá para no llorar. En general el llanto y muchas otras expresiones emocionales están prohibidas para nosotros y, al momento de tocar temas particulares muchos pacientes no solo deben lidiar con las emociones que les generan dichos temas sino con la vergüenza de expresarlas. Yo veo muchos hombres en consulta, de todas las edades y orientaciones sexuales, con y sin hijos, con y sin padres, con y sin parejas. He visto niños, adolescentes, adultos jóvenes, medios y de tercera edad. Muchas historias por semana durante dos décadas y debo decir que hay varias cosas en común entre tanta diferencia. Crecer hombre en esta cultura lo coloca a uno en una posición particular, de privilegio en algunas áreas, pero también de mucho silencio y confusión emocional. Y es que el proceso de entender, aceptar y gestionar las propias emociones es algo que se aprende y se enseña y que depende, como otros procesos de enseñanza-aprendizaje, del vínculo entre quien imparte la lección y quien aprende la habilidad en cuestión. |

Vínculos sanos que permitan expresar y entender las propias emociones son fundamentales para la salud mental.
Un vínculo diferenteAlgunos de nosotros podemos admitir lo que sentimos porque tuvimos la suerte de tener al menos una figura parental que hizo un buen trabajo (en mi caso mamá) y porque hemos tenido acceso a buenos terapeutas. Pero no es así para todos los hombres. El mundo del varón es muy violento, hay mucho miedo y mandatos inconscientes que casi nadie reconoce. Vale aclarar que no digo esto para victimizarnos… ahora que lo pienso, eso también está prohibido. Digo todo esto para reconocer una realidad: la habilidad de entender y gestionar sus emociones depende, en el hombre, del tipo de vínculos que le hayamos proporcionado a lo largo de la vida. Cuando un hombre va a terapia (sin importar la razón) y llega ese momento en que siente el impulso de expresar una emoción distinta a la rabia (ésta tiene un permiso especial en el universo masculino) se activan en su mente algunos mecanismos de protección que se basan en sus experiencias anteriores, usualmente llenas de castigo o rechazo al momento de expresar estas emociones. Es algo que ni siquiera hablamos entre nosotros, para la mayoría de los hombres hablarlo tampoco está permitido, no de esta forma. Es mejor «tomarse unas pintas» o «ver el juego de fútbol» que decirle a un amigo «¿Sabes? tengo miedo, a veces me siento solo y no sé qué hacer ¿te ha pasado?”. Así que imaginarán lo difícil que es para muchos hombres entrar en la oficina del psicólogo para hablar de algo que no solo desconocen sino que requiere un lenguaje que nunca les han enseñado. Para muchos la consulta del terapeuta es confusa, el terapeuta no reacciona como otras personas en el pasado del paciente, no hay burla frente a la expresión emocional, no hay censura, no hay represión. ¿Cómo se reacciona frente a un oponente así? ¿Contra qué activas el mecanismo de protección si no hay ataque del cual defenderse? ¿Por qué el terapeuta no agrede? ¡Tamaño de confusión! El truco está en darse cuenta que el terapeuta no es un oponente y que lo vemos así porque nos cuesta creer que alguien no haga un juicio al vernos llorar. El terapeuta es, en todo caso, alguien que conoce el lenguaje emocional que el paciente necesita aprender y practicar para entender(se) y saber lo que siente. |

Sin un vínculo que permita la expresión emocional muchos hombres desarrollan síntomas como depresión, ansiedad, conductas de riesgo o abuso de sustancias.
La identidadMuchos hombres son sobrevivientes de maltrato y abuso aunque no se les catalogue así. Golpes o humillaciones, a veces de los padres, compañeros, parejas o colegas plagan las experiencias masculinas y se espera que sean toleradas con estoicismo o devueltas con agresión. Nadie se salva de los efectos de esta cultura y varios hombres trabajamos a diario para superar esa castración emocional en nosotros mismos y en otros. Parte del maltrato es el ataque a la identidad cuando hay una expresión emocional. Al llorar es usual que un niño reciba comentarios como «no llores, sé hombrecito» y otros que poco a poco le dejan claro que sentir y expresarlo es ser menos hombre. De esta forma, en culturas como la nuestra, sentir levanta todo un cuestionamiento a la propia identidad. Y no, no es así para todos, varios nos movemos en distintos niveles de manejo emocional (otra vez, por alguna figura positiva en nuestra historia o por buenos terapeutas en la adultez), pero es algo a observar. La buena noticia es que, al no ser así para todos, podemos asegurar que ese analfabetismo emocional no es intrínseco a la masculinidad. Estas cosas se pueden aprender, igual que las mujeres lo aprenden porque se les permite y se les invita desde siempre a sentir, a diferencia de nosotros. |
ConclusionesMuchos hombres tienen problemas para entender las emociones propias y de otras personas, para entender a otras personas y empatizar es importante saber qué siente uno, de dónde sale y cómo se conecta con otras áreas de la vida. Nadie nace con esa capacidad de gestión emocional, nadie nace sabiendo qué siente o cómo volver a un estado de tranquilidad y regulación luego de una experiencia emocional intensa. Estas cosas se enseñan y se aprenden en la crianza y/o en terapia. La terapia para los hombres requiere tratar la vergüenza que acompaña a la expresión emocional. Para muchos, expresar algo distinto a la rabia afecta su identidad y determina si se ven a sí mismos como hombres o no. La psicoterapia ayuda mucho al desarrollo de estas habilidades y, con ellas, al mejoramiento de las relaciones y la salud mental y emocional de los hombres. |
Recuerda compartir este artículo en tus redes y usarlo para iniciar conversaciones sobre este tema, siempre hay alguien a quien le pueda servir. Que estés muy bien. Dr. Alvaro |
Volver a salir
«Álvaro, era muy tenso, la gente no se decía ni buenos días… todo el mundo con miedo en ese ascensor» – Me decía una amiga sobre su primer día de regreso a la oficina – «Esto va a ser muy diferente».
«No me importa si abren los lugares, yo no voy a salir de mi casa como en dos años, no tengo nada que hacer afuera» – Me dijo un amigo en otra conversación.
«¿Sabes? Yo me he dado cuenta que no tengo que regresar ¿para qué exponerse? Yo puedo trabajar por videollamada para siempre, además es muy cómodo» – fue el comentario de una colega al hablar sobre hacer terapia en línea.

«Sé que estás ahí y soy muy feliz»
En Panamá algunas oficinas están retomando labores y, luego de casi tres meses de cambios semanales a las medidas de seguridad para evitar más casos de COVID19, las autoridades de mi país han decidido eliminar la cuarentena obligatoria a partir del próximo lunes.
Áreas públicas se han abierto, podremos asistir a parques y en general ir al supermercado con mayor tranquilidad, sin el apuro de tener que terminar todo y volver a casa en el período de 2 horas que nos daban hasta el momento según nuestro género y el número de identificación.
Las quejas por estos recientes cambios no se han hecho esperar. La población parece no estar contenta con las restricciones, pero tampoco con la eliminación de la cuarentena sin ninguna otra indicación. Si me preguntan a mí, ambas quejas tienen razón de ser.
Por un lado la salud mental de las personas ya no tolera más el encierro (quisiera usar otra palabra pero «encierro» representa mejor la sensación de muchos consultantes) así que salir se convierte rápidamente en una necesidad. Por otro lado, salir luego de tres meses de cuarentena viene con una nueva versión de la incertidumbre original ¿será que enfermaremos esta vez?
Esta suerte de incertidumbre colectiva, vivida en silencio por muchos está presente en exceso e impide ver las cosas con claridad, al igual que salir de un lugar muy oscuro nos enfrenta a la luz cegadora del exterior. ¿Es la otra persona un portador del virus? ¿Es cada ser humano un peligro potencial? No hay forma de saber a simple vista. Permanecer en casa para siempre seguramente es una idea muy tranquilizadora.
La incertidumbre genera ansiedad y esta nueva incertidumbre genera una ansiedad actualizada para la nueva etapa que vivimos. El estado de hipervigilancia característico se da por sentir que el otro puede ser peligroso.
¿Qué podemos hacer?
La ansiedad puede lidiarse de distintas formas y, al inicio de la cuarentena, recomendamos mucho a las personas generar rutinas y tener horarios separados que facilitaran la sensación de control, ya saben, manteniendo la mente en el presente.
Pero en este nuevo contexto y en medio de la incomodidad de mascarillas y distancia, la incertidumbre no está en el futuro sino en el presente, no se trata de no saber qué pasará sino de no saber si la persona que está a nuestro lado podría contagiarnos. Así que permanecer en el presente no se hace esta vez para distraernos del futuro y evitar que nuestra mente vague por un multiverso de posibilidades. Esta vez permaneceremos en el presente para recordar por qué son importantes las mascarillas y la distancia, reconociendo estas medidas como formas de mantenernos a salvo incluso en presencia de los demás.
Sin las restricciones impuestas por el gobierno necesitamos echar mano de nuestra capacidad para regularnos emocionalmente más que antes, saber por qué hacemos lo que hacemos y retornar al individuo y su responsabilidad para consigo mismo y con los demás. La añorada libertad del fin de la cuarentena no es tal. La libertad no la da la falta de restricción de movilidad sino el ejercicio de esa movilidad con responsabilidad. No se trata de «ahora podemos salir cuando queramos, vamos!», sino de «ahora podemos salir cuando queramos, depende de mí hacerlo de manera segura y cuando realmente sea necesario».

No somos entes sin rostro.
Las mascarillas y la distancia física son medidas molestas, principalmente porque el ser humano es social por naturaleza (incluso los llamados introvertidos requieren ver gente de vez en cuando) y la crisis del COVID19 nos ha hecho apreciar elementos básicos de la comunicación humana que antes dábamos por hecho, como la sonrisa y demás gestos, el contacto físico y la compañía de propios y extraños. Las medidas que aún conservaremos y que nos convierten en entes sin rostro en medio de una multitud de similares limitan nuestra expresión espontánea con tal de salvar nuestras vidas y las de los demás. Esa interrupción en la comunicación no ayuda a tranquilizarnos así que nos toca hacer un esfuerzo extra en recordar una realidad que no ha cambiado: no somos entes sin rostro, somos personas (muchas ansiosas o asustadas) detrás de estas mascarillas, recordemos eso al volver a salir.
Dr. Alvaro
Salud Mental y Cuarentena
Estar en cuarentena puede hacer que actividades familiares, de ocio, trabajo y demás se sientan como un cúmulo de cosas difíciles de separar unas de otras. Aquí les dejo dos recomendaciones sencillas para lidiar con el confinamiento y la cuarentena, presten especial atención a las razones detrás de cada recomendación.