Un nuevo lugar

Hace unos días nos mudamos a un nuevo lugar. En la foto, ya listo para salir por última vez del apartamento anterior, sentí nostalgia por los diciembres previos, las reuniones, las risas, las visitas, los momentos que este año no se pudieron repetir por la pandemia.

Ayer fue navidad y en otro año estaríamos recibiendo a ambas familias para celebrar. Este año fuimos solo Guille, Barú, Dreamer y Yo, dos hombres y dos perros. Esta “burbuja familiar” está tratando de mantenerse cerrada en medio de una pandemia, una mudanza y un diciembre lleno de extrañeza. El día de navidad marcó también el inicio de una nueva cuarentena en mi país. Panamá ha explotado en casos de COVID19 desde hace unas semanas y el sistema hospitalario no se da abasto.

Es difícil ver que mucha gente rompe sus burbujas y se reúne como si no pasara nada. Yo también extraño a los míos y trato de estar cerca mientras estoy lejos. Me siento impotente al saber que la conducta de otros irremediablemente acercará el virus a mi familia y me enoja pensar que me limito para cuidar(me / los / nos). Tal vez sea mi síndrome de superhéroe o mi crianza católica, podrían ser los efectos de ver a mamá sacrificar placeres personales por favorecer necesidades ajenas durante toda la vida, cualquiera sea la razón mi tendencia natural es a prever y tomar la ruta más saludable para tanta gente como pueda. Debo quedarme en casa y proteger esta burbuja lo más posible.

 

Diciendo adiós a nuestro viejo hogar.

 

Cansancio, culpa y pérdida.

Diciembre suele recargarme emocionalmente y prepararme para el año siguiente. En un año tan pesado como este lo necesito más que nunca porque #ElVínculoCura y es ese contacto lo que busca mi cerebro, es ese contacto al que renuncio en un intento de garantizarlo para el futuro.

¿Funcionará la estrategia? No hay forma de saberlo y la culpa de ver a alguien que amo afectado por este virus después de una reunión que yo haya permitido o promovido no me dejaría vivir en paz. Yo conozco bien el dolor de la pérdida, lo he vivido personalmente varias veces y lo vivo a diario con mis pacientes de una forma u otra.

Aunque no suene apropiado para la época navideña hay una frase que me da vueltas en la cabeza el día de hoy: “No es lo mismo llamar al demonio que verlo llegar”.  No me malentiendan, estoy feliz por la mudanza y mi familia (dentro y fuera de mi burbuja). El esfuerzo descomunal de este año ha funcionado, el trabajo, la distancia, la soledad, el silencio, el insomnio, las incontables sesiones, las discusiones, las disculpas, las caídas, las levantadas, los trámites… no, no lo pasaría de nuevo, pero me queda claro que pude navegar este año sin fracturar mi #SaludMental. Sé, al mismo tiempo, que otros necesitan ayuda, a veces más que uno y es nuestro deber hacer lo que podamos por ellos.

Estar sin estar.

Si quieres ayudar mantén tu burbuja, chequea cómo van tus seres queridos y recuérdales la importancia de hacer lo mismo. Estar cerca mientras estamos lejos genera una pequeña sensación de pérdida, de algo que falta, como cuando hablas con una persona en una mesa y solo dice «ajá… ajá…» pero está distraída revisando su teléfono celular. Esa suerte de «pérdida ambigua» (Pauline Boss, 1999) nos deja con una micro fisura en el vínculo que, si sigue pasando con frecuencia puede acabar fracturándolo. Ese es el impacto de la cuarentena y el distanciamiento social, por eso los psicoterapeutas debemos hacer un esfuerzo extra al ver pacientes por videollamada para tratar de salvar esa brecha que irónicamente produce una tecnología que nos mantiene conectados. Esa es la razón principal de mi cansancio y ese cansancio se solucionaría con ver a mi familia y amigos como cada fin de año.

Como ven, puedo entender los dolores de la distancia que nos generan las medidas de prevención, sé que suena a una crítica y a un juicio hacia quienes han roto las normas y se han reunido pero, en el fondo, sé por qué lo hacen y una parte mía quisiera hacer lo mismo. Digamos que estoy criticando una acción muy natural porque lo no natural es mantener esta distancia que agota y que requiere tanto trabajo mental para recordar por qué es necesaria.

El peso de la cultura.

En estas fiestas, las reuniones que se dan nos muestran cómo la cultura puede imponerse sobre un peligro biológico, cómo lo que pensamos y las costumbres y hábitos que hemos creado pueden ser más importantes para muchos que el riesgo concreto y físico al cuerpo. Esto se arreglaría cambiando la cultura pero aquello es tan difícil de hacer, tan lejos estamos de cambiar nuestro concepto sobre las cosas que decidimos ignorar una amenaza biológica para nosotros y nuestros seres queridos, optando por el placer inmediato de reunirnos y tocarnos antes que por la seguridad de largo plazo en la presencia del otro que nos generaría la distancia física temporal. Así de importante son las necesidades psicológicas y así de agotadora es la lucha interna para no satisfacerlas.

Mudarse a un nuevo lugar da la oportunidad de un nuevo inicio, este año nos tocó decidir cuales rituales queríamos mantener y cuales costumbres nuevas iremos creando. Reunirse no era una opción así que hicimos lo posible para pasar noche buena de forma agradable, sin mayores decoraciones y aún con muchas cosas en cajas.  Esa noche me fui a dormir pensando que en la tarde había salido a sacar la basura y había visto unos 8 pares de zapatos formales afuera de la puerta de mis nuevos vecinos. Las risas desde adentro de su apartamento se escuchaban hasta el pasillo y yo, con mi mascarilla y mi bolsa de basura hice una pausa un segundo para notar lo bien que la pasaban y lo cerca que me encontraba de la tan añorada normalidad.

Tendremos que esperar un poco para ver a los nuestros. Cansados y aislados saldremos de esta, en el camino me preguntaré a diario si una golondrina puede hacer verano o, más bien, si dos hombres y dos perros pueden contener una pandemia.

Feliz navidad.

Dr. Alvaro