«Cada acción tiene una reacción opuesta y de igual intensidad», al menos eso dicen los físicos. La gente que cree en el karma sostiene que cada acción que realizamos revierte en nosotros mismos, si eres bueno con los demás, la gente será buena contigo, si eres agresivo y malvado, las consecuencias llegarán en algún momento. Las religiones antiguas que han sobrevivido el paso de los siglos cuentan de un infierno que será vivido por quien actúe mal y del perdón que se buscará por haber tenido acciones en detrimento de lo bueno.

Sin importar cómo aprendamos esa lección, a muchos nos llega esa impresión de que la vida tiene formas complejas de «pasar la factura» por nuestras acciones, sean buenas o malas. Hablemos entonces de los efectos que tiene en el presente, la promiscuidad del pasado.

Por alguna razón para muchas personas ser homosexual es sinónimo de ser promiscuo. Tal vez tenga algo que ver con la imposibilidad del embarazo como consecuencia del acto sexual entre nosotros, a lo mejor se relaciona con la crianza machista que tenemos, que nos indica que ser hombres se valida solo teniendo múltiples parejas sexuales (esto también aplica a la mujer lesbiana que adopte una expresión de género más masculina), quizá tenga que ver con cómo la exploración de la sexualidad no pudo darse de manera natural y controlada durante la adolescencia gay y, por consecuencia, se dispara sin control durante la adultez. Todas estas razones sostienen el comportamiento promiscuo y le dan origen. La pregunta es ¿Cuáles son las consecuencias?

Las consecuencias del comportamiento promiscuo pueden ser inmediatas o de largo plazo, usualmente las inmediatas son las únicas a las cuales se les presta atención porque, una vez más, como la promiscuidad es un comportamiento bastante adolescente, pareciera incluir la incapacidad adolestente para preveer consecuencias futuras. Es decir, varias personas que sostienen parejas múltiples o que cambian de pareja constantemente (ambas formas de promiscuidad) tratan de «cuidarse» a través de «no afectar su salud física», no contraer una infección de transmisión sexual, etcétera. Sin embargo, estas mismas personas pueden dejar de lado la realidad de que, algún día, la acción de no tomar en serio la propia sexualidad producirá una reacción igual y opuesta. Es decir: a la gente le costará trabajo tomarlo en serio a uno si uno no tomó en serio a los demás o a sí mismo. Es como aquello de «nadie va a querer comprar la vaca si estás regalando la leche».

Además de eso, si finalmente se consigue entablar una relación seria y duradera (si te compran la proverbial vaca), que incluye una conexión afectiva además de una vida sexual excitante e intensa, el pasado de ambos puede aparecer y producir problemas en la relación actual. Es entonces cuando las consecuencias de la promiscuidad, la factura de la vida, el karma, el infierno de las religiones, o como quieran llamarlo aparece en el presente, muchas veces en la forma de ex-amantes que intentan establecer contacto nuevamente o con quienes se han dejado «puertas abiertas» en caso de que hubiese ganas de descargar una vez más (Fuck buddies y cosas así). Las miradas de complicidad se cruzan al encontrarse en la calle y la relación actual sufre mucho si se percibe algún vestigio de las cenizas que quedaron luego del fuego que ardió.

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