– «¡Mantenido, es un MANTENIDO!» – Dijo Pedro mientras yo me sentía incapacitado para esconder mi sonrisa detrás de mis recién oscurecidos anteojos, gracias a la luz del sol de la mañana del domingo.

Estábamos en el balcón de un conocido restaurante de la localidad, desayunando en un intento de ponernos al día con los cambios de la vida de cada uno.

– «¿Qué fue esta vez? A ver» – le pregunté mientras me decía a mí mismo que seguro Pedro me autorizaría para publicar la historia de turno en el blog, como efectivamente sucedió.

– «El tipo piensa que las cosas son cuando él quiere pero lo que pasa es que el hombre con el que está saliendo está casado y tiene hijos y, por supuesto, tiene que mirar para allá y no puede estar complaciendo los gustos del niño bonito este»

– «Así que no consiguió lo que quería cuando te dejó» – dije ya más seriamente.

– «No, y me dice que quiere volver y quiere mudarse conmigo y de pronto está enamorado de mí (mi chequera) y supone que yo tengo que estar dispuesto ahora que él regresa… es un… » – su cara se puso roja y se hinchó como un globo.

– «Bastardo» – dije con tono de voz aplanado antes de tomar un sorbo del café del mismo restaurante de hace meses.

– «¡Eso! Es un bastardo…» – su cara se desinfló y recobró su color original. Yo quise pensar que le había evitado un accidente cerebrovascular y Pedro procedió a contarme los más recientes eventos de su vida amorosa.

Sucede que su ex pareja, a quien Pedro había prometido una casa en la luna con cerca blanca y un perro le había dejado hacía ya un año y medio debido a que el bueno de mi amigo empezó a despertar del letargo que producen los embellecedores del enamoramiento.  En español: Pedro dejó de creerle las mentiras y pagarle las cuentas.  Sin embargo, antes de hacer este corte, Pedro había propuesto matrimonio a este muchacho.  La historia que yo ya conocía, y que Pedro contaba, se hacía cada vez más larga.

– «Resume, tengo que entrenar» – le dije a mi amigo con el mismo tono aplanado y la sonrisa descafeinada.

Pedro suspiró – «Es un vividor y ahora pretende volver…» – comentó.  Su suspiro me dijo algo que sus palabras no podían.

– «Y tú quieres volver con él.»

– «¿Qué? Mira Alvaro Gómez, yo hace rato que… » – la respuesta que había iniciado tan impetuosa se quedó sin combustible a la mitad.  Pedro bajó la mirada.

– «Mi sentido arácnido me indica que debes tener cuidado, todavía mantienes contacto con él ¿Cierto?»

– «Pues sí, solo para que me ayude en unas cosas pero nada más.»

– «hmjmm, claro.»

– «¿Qué significa ese ‘hmjmm’?»

– «Es el sonido que hago cuando veo un avión acercarse a tierra a toda velocidad y sin tren de aterrizaje» – respondí sin ponerle demasiada emoción – «Pero hey, puedo estar equivocado.»

La conversación continuó y mi amigo, acostumbrado ya a mi sarcasmo dominguero, le echó una pensada al asunto de si una parte suya deseaba o no volver con su antiguo tormento.  Ni siquiera el ilusionista de agosto le ayudó a llenar el vacío dejado por su ex pareja.  ¿Será que, en el fondo, nunca podemos olvidar? ¿Acaso una parte nuestra añora lo perdido a pesar de la incapacidad de recuperarlo? Y si lo perdido nos trató mal ¿Por qué seguimos añorando? ¿Le pasa esto a todo el mundo?

Mi tendencia natural hacia ver a cada persona como un individuo único me evita generalizar y, aunque Pedro es mi amigo y no mi paciente, no pude evitar pensar sobre estas cosas luego de hablar con él, a pesar de mi sarcasmo dominguero y de la música que salía de mis audífonos mientras entrenaba.  Claro que hay cosas en la historia de vida de Pedro que le dan sentido a su reacción ante su ex pareja pero, más allá de eso, si pienso en la naturaleza de la humanidad como un todo, sé que una parte nuestra es dedicada a crear un vínculo con los demás y esa parte nuestra sigue existiendo incluso luego de romperse el vínculo en la realidad externa.  En alguna medida, esa parte sólo sabe hacer aquello para lo cual fue creada: relacionarse con ese alguien que existió allá afuera alguna vez.

Tal vez esa parte siempre añora, a pesar de lo que sea, y busca restaurar el vínculo para dar sentido a su propia existencia y, siendo que es parte nuestra, tal vez restaurar o mantener los vínculos le da sentido a nuestra propia existencia.  Tal vez solo existimos en relación con los demás.  Tal vez por eso seguimos intentando a pesar de lo que sea.

¿Cómo corregir esto? ¿Es necesario corregirlo? ¿Es posible dar una nueva función a un aspecto que fue creado con la meta única de mantener contacto con una persona específica? ¿Es posible reemplazar a alguien con otra persona? ¿Es posible olvidar por completo?