Hace unos días recibí la invitación automática número 4,947,325 para unirme a una de esas redes sociales en internet que son tan populares hoy en día. Ya saben, uno de esos sitios donde creas un perfil y de pronto puedes comunicarte con la gente que fue contigo al kinder. Esta vez, en lugar de botar la invitación, decidí considerarlo y preguntar a otros amigos y amigas que han armado un perfil allí. Encontré distintas impresiones:

«Qué va, no te metas en eso, no te vas a poder salir. Yo lo reviso todos los días y conozco gente que trabaja junta y se comunican a través de eso en lugar de hablar» – decía Jax.

«Bueno, yo tengo uno, pero ni lo uso» – me dijo Joanna.

«Métete y me buscas, es para lo mismo que el MSN» – aseguró Jay mientras yo pensaba «bueno, si es para lo mismo que el msn y ya tengo msn ¿por qué querría unirme?»

El asunto es que me uní, me maravillan las posibilidades de comunicación en línea y pensé “bueno, si no me gusta, me salgo”. Aunque he vivido muy bien sin esto desde siempre, solo me tomó un par de minutos navegar el sitio y encontrar que viejos amigos de colegio, ex compañeros de trabajo y hasta familiares perdidos estaban en la red. Algunas veces gente muy querida, otras veces no tan querida, pero finalmente muchas personas que han caminado la tierra y que han cruzado mi camino en algún momento. Interesante el “checherito” virtual este.

En una parte del perfil me solicitaban escribir algo «sobre mí» y, estando acostumbrado a asociar libremente, escribí lo primero que salió. Después de leerlo me pareció interesante para publicarlo acá, tal vez alguien quiera conocer un poco sobre el origen de mi comodidad con la ambigüedad y mi crítica a lo establecido:

«Cuando yo era niño no podía decidir si mi color favorito era el verde o el azul, entonces incluí el rojo y me confundí por completo. En aquel momento pensaba que tenía algún defecto porque no podía decidir sobre algo tan sencillo y trivial como eso. Sentí que, en cierta forma, me estaba quedando atrás. Eventualmente descubrí que mi ‘defecto‘ me daba la oportunidad de apreciar todos los colores, variar entre uno y otro o mezclar varios cuando yo quisiera, al tiempo que otras personas únicamente podían hallar belleza en una o dos cosas a la vez. Noté que no era imprescindible elegir (o bien, elegí no elegir) y no volví a pensarme a mí mismo como ‘defectuoso «.

A veces me impresiona la cantidad de personas que atraviesan la vida pensándose a sí mismos(as) como defectuosos. Es curioso que a los seres humanos se nos dificulte tanto ver las cosas desde otra perspectiva, es un fenómeno psicológico como cualquiera pero intentar ver la oportunidad que cada problema provee es un ejercicio interesante para potenciar la capacidad creativa.

La pregunta aquella de “¿me gustan los hombres o las mujeres?” que se realizan muchas personas durante la adolescencia (cuando estar confundido al respecto es hasta normal) es reemplazada en mucha gente gay adulta que se siente defectuosa por: “¿Cómo hago para volverme heterosexual?”. Para hombres y mujeres homosexuales la pregunta de “¿habría sido todo más fácil si fuera heterosexual?” no se irá para siempre, ya dicen algunos autores (y mi experiencia clínica me lo va confirmando) que un duelo responsable por la identidad heterosexual que muchos esperaban y que nunca se dio se actualiza en las distintas etapas de la vida. Es decir, cada vez que hay un cambio de etapa de vida o cuando suceden algunos eventos importantes que se deben enfrentar con toda la identidad, mucha gente gay suele preguntarse cómo habría sido si fuera heterosexual.

No me malentiendan, creo que todo el mundo tiene derecho a preguntar lo que desee y buscar las respuestas que considere necesarias, solo quiero enviar un recordatorio para quienes se estén preguntando la forma de convertirse en heterosexuales: recuerden sentarse un rato a apreciar la diferencia que poseen antes de intentar deshacerse de ella. No solo son diferentes de los heterosexuales, son también distintos de todos los demás homosexuales. En el examen de la vida la pregunta de los cien puntos es «¿quién soy?» y, ante esa pregunta, las únicas respuestas equivocadas son las mentiras. Además, como en todos los exámenes, no se vale copiarse, pero sí está permitido cambiar la respuesta cuantas veces sea necesario hasta dar con la correcta. Así que, si luego de contestar esta última pregunta aún quieren cambiar algo, entonces será un deseo surgido de un proceso responsable de introspección.

Que estén bien.