Alvaro no es un hombre religioso en el sentido ritualista que se le da comunmente a la palabra. Los puntos de vista van y vienen y lo cierto es que no logro hacer parte de mi vida diaria la idea de que uno necesita tener un ritual semanal o con determinada frecuencia para hablar con una divinidad que le conceda cosas o le dé paz. Podríamos ni siquiera enfocarnos en la necesidad de los rituales, podríamos detenernos antes de ello y hablar del concepto mismo de dios. El concepto de dios (la minúscula es intencional) que tengo es muy distinto al de la mayoría de la gente que conozco.
Y es que la idea de dios que tiene mucha gente es bastante primitiva. Varios te hablan de un ser abstracto pero, si les entrevistas con moderada profundidad, dejan ver su idea infantil del viejo de barbas blancas y camisón con un triángulo en la cabeza y sentado en una nube mirando hacia abajo, rodeado de bebés alados y música gregoriana. Digo que es una idea primitiva porque es lo que muchos creímos al ser muy niños, así es como la idea de dios se forma en la mente infantil, es personificada, humanizada, dios debe tener pies, manos, cabello, ropa y algún rango de edad. Debe ser viejo porque ha existido desde siempre, y debe ser sabio porque lo ve todo. Sí, los niños crean su imagen de dios como alguien concreto, no como lo que es, una idea intangible a la que el ser humano recurre pero que ha creado y co-creado con el resto de la humanidad. Los niños crean a dios de manera concreta, de la misma manera que ese dios fue creado durante la infancia de la humanidad.
El truco está en estudiar el desarrollo cognoscitivo del ser humano. Incluso el desarrollo biológico. En el principio, para la formación de un nuevo ser humano dos células sexuales, cada una con 23 cromosomas, deben juntarse. Desde allí el desarrollo del nuevo individuo iniciará y atravesará por todas las etapas evolutivas que la humanidad como un todo ha atravesado. Esas dos células que se unen pasan por cada etapa evolutiva que el ser humano ha pasado hasta llegar a la última, la etapa en la cual nos encontramos hoy, en la cual somos francamente humanos, «Homo Sapiens» y todos esos términos bonitos que no describen más que al primate con mayor capacidad. Pero ¿Capacidad de qué?
Hay quien dice que la capacidad humana que nos diferencia del resto de las especies es nuestro intelecto, es decir, nuestra capacidad para resolver problemas (simples y complejos). Pero lo cierto es que varias otras especies están desarrollando formas de resolver problemas, es decir, intelecto. Yo me atrevería a decir que aquello que nos diferencia de las demás especies es el nivel de conciencia que poseemos.
¿Conciencia de qué?
Conciencia de nuestra propia existencia y de nuestros propios afectos. Los seres humanos sabemos que existimos, el resto de las especies no tienen mayor consciencia de esto, al menos no a nuestro nivel y haber alcanzado este nivel de consciencia nos presenta con un problema crucial: nuestra existencia también tiene un final.
La idea del fin de nuestra existencia como individuos se mantiene como un programa que corre en el fondo de la computadora de nuestra mente y dirige muchas de nuestras acciones desde que alcanzamos cierta edad. Alrededor de los 7 u 8 años, los niños alcanzan el desarrollo cognoscitivo suficiente como para conceptuar la muerte, lo cual significa que empiezan a comprender que un día morirán.
En algún momento de nuestro desarrollo evolutivo, la humanidad solo alcanzó el nivel de niños de 7 u 8 años de edad, no importa si envejecíamos más que eso, nuestra mente solo podía realizar procesamientos a ese nivel. Eventualmente la humanidad fue consciente de lo inminente de su finalización, supo que no podía evitarla y advirtió la desesperación que esto le producía. En ese momento, el problema de cómo evitar la muerte se conceptuó en su mente y la consecuente búsqueda de una solución se inició. El intelecto no provee forma absoluta de resolver el problema de la muerte, nadie a podido vivir para siempre así que esa no puede ser la vía por la cual resolverlo. La vía entonces es la creatividad, necesitábamos una solución nueva, novedosa, agradable, tranquilizadora y absoluta. Si no existía una solución que pudiésemos hallar por el intelecto, tendríamos que fabricar una con nuestra creatividad.
La solución al problema más grande de la humanidad, el problema de la muerte inevitable es la existencia de dios y su promesa de vida eterna.
En algún sentido, mirando hacia atrás, podríamos decir que dios es una creación nuestra, no al revés. Aunque eso sea rechazado por los creyentes y es normal que así sea. Si fuese aceptado por los creyentes, estos dejarían de serlo de manera casi automática, su esquema de creencias se derrumbaría y acabarían sumidos en la más profunda e intolerable desesperación al hallarse desnudos y sin defensas frente al siempre presente problema de la muerte.
Algo que aprende uno desde muy temprano es que no puede dejar a la gente sin sus defensas frente al problema que les aqueja porque pueden tener una crisis y vivir una experiencia muy traumática. Por lo tanto se permite que las religiones antiguas continúen existiendo y añadiendo seguidores a sus filas. Sin embargo, la misma religión que en un principio nos proporcionó tranquilidad y una solución al problema de nuestra mortalidad, hoy corre el riesgo de detener nuestro desarrollo, limitando el avance de cientos de millones de mentes alrededor del mundo, como cuando se ve el uso de preservativos, la masturbación o hasta la aceptación y ejercicio de la propia orientación sexual como un pecado. Lo mismo sucede cuando las decisiones de salud se toman basándose en preceptos religiosos antiguos o cuando simplemente se le roba dinero a la comunidad de fieles con la excusa de que se ayudará a los pobres. La realidad es que las religiones antiguas NECESITAN a los pobres, tanto como necesitan que las personas dejen de pensar, es la única forma en que los líderes religiosos pueden mantener su poder.
La relación con Dios (la mayúscula es intencional) es personal, íntima y se manifiesta en la relación con los demás, no depende del dinero que demos a una organización y tampoco del seguimiento de reglas inventadas por quien necesita que sintamos que estamos dañados, somos pecadores o tenemos problemas que solo un ser superior puede resolver.