He estado pensando mucho en la muerte en estos días. En las personas que la desean, que la buscan. En quienes juegan con la idea de no estar más, en quienes enfrentan enfermedades terminales, en quienes pierden a un ser querido y deben sobrevivir al dolor, en quienes llegan al final después de una vida larga.

Que nuestra vida tenga siempre la posibilidad de terminar es, irónicamente, lo que empuja a algunos a disfutarla, aunque sumerge a otros en un mar de cuestionamientos existenciales.

Al final, morir siempre será una posibilidad para escapar del sufrimiento y es por eso que en los momentos de mayor dificultad muchas personas consideran terminar con sus vidas. Pero morir también elimina toda posibilidad de mejorar, de vincularnos, de crecer.

Dicen que los únicos estados en que se elimina el sufrimiento son aquellos en que se elimina toda necesidad, es decir, antes de nacer y luego de morir. En el espacio entre el útero y el ataúd la aventura está llena de felicidad, alegría, ira, tristeza, frustración, excitación, miedo, siempre estamos sacudidos por las emociones. Vivir es difícil, amar es difícil, amarse uno mismo… aún más. Pero ayuda mucho si encontramos a alguien con quien compartir lo que nos pasa, alguien que escuche y que trate genuinamente de entender.

Pensar en la muerte es normal, es humano. Pero si estás pensando en terminar con tu vida lo más seguro es que hayas estado sufriendo algo por mucho tiempo y necesites de alguien que entienda. Busca a alguien, llama a alguien, si no contesta llama a alguien más hasta que alguien responda y pueda escuchar. A veces da la sensación de que “a nadie le importa”, a veces hemos estado tan alejados de un vínculo sano y comprensivo que nos cuesta reconocerlo si se nos presenta, a veces nos cuesta confiar lo suficiente para recibir eso que tanto necesitamos.

Siempre hay quien trata de entender, con intentos y fallas, muy lejos de la perfección, pero presentes. Es importante para la salud mental propia que reconozcamos la imposibilidad de vivir sin necesidades, sin malestar y sin emoción. Vivir no es, en alguna medida, un gran acertijo que resolver para lograr calma, no es una suerte de «escape room» del que debemos huir, sino un proceso permanente de encontrar balance entre malestar y bienestar, una cuerda floja de experiencias que demanda atención y esfuerzo de nuestra parte. Vivir no es un problema que resolver sino una situación que manejar y ese manejo, aunque nos cueste verlo a veces, se hace mejor en compañía.

El vínculo cura. Pide ayuda.

Dr. Alvaro

@AGomezPrado