Ser homosexual no puede sere un delito, al igual que no puede serlo hablar sobre la sexualidad, no en este siglo, no en esta época. Sin embargo, la aprobación de la ley contra la supuesta «promoción» de la homosexualidad en Rusia ha abierto espacios para quienes deseen manifestar violencia hacia la gente gay, bisexual o transgénero. Vídeos con imágenes muy fuertes cruzan el internet de computador a computador, y nadie parece hacer nada, al menos nadie que se encuentre en una posición de poder. Personas en diversos países hacen manifestaciones frente a embajadas rusas y en plazas públicas para tratar de llamar la atención sobre los crímenes que se están cometiendo, pero las autoridades no parecen escuchar.

Me invade la tristeza.
Pero lo sabía, siempre tuve el temor de que la lucha por la igualdad y los progresos que hemos logrado tuviesen reacciones de este calibre en alguna parte del mundo, hoy me preocupa que esta reacción se extienda a otras partes del globo.
Hace unos días vi un reportaje de la BBC donde entrevistaban a uno de los creadores de la ley en cuestión, el hombre admitía que el objetivo es «purificar» a la sociedad de su país. No sé a ustedes, pero eso suena muy Nazi si me lo preguntan a mí.
Y es que con el inminente colapso del sistema, los escándalos de corrupción política, las crisis económicas, los conflictos armados y demás situaciones que parecen estar fuera de nuestro control, los hombres y mujeres que han permanecido sedados por el mercadeo de la industria del entretenimiento mal llevada, esos cuya capacidad de pensar les ha sido arrebatada desde la infancia, son los mismos seres castrados que violentan los derechos ajenos, solo porque les han enseñado que  todos debemos ser iguales, que los homosexuales somos menos que gente y que somos un mal a erradicar. Vemos aquí cuan necesario es no escondernos y cuan importante es combatir los estereotipos, porque un mal concepto de un grupo humano, basado en mentiras y prejuicios, nos divide como humanidad y nos hace pelearnos mientras las autoridades y quienes los manejan se reparten el poder y la riqueza material en un juego de dinero inventado.
Somos poco menos que piezas en un juego de ajedrez para quienes controlan a las masas. Debemos tener cuidado, porque hay formas de control con las que incluso estamos de acuerdo, la religión por ejemplo, las diferencias étnicas, de orientación sexual o de grupos etareos. Debemos tener mucho cuidado de no guiar nuestras acciones basados en nuestras diferencias reales o percibidas, y cortar de una vez los hilos de marioneta que nos atan a este juego donde llevamos siempre las de perder.
Eso es todo.