«¿Cómo estás?» – me dijo un amigo con actitud jovial a quien encontré a la hora de pagar en el supermercado, él estaba antes de mí en la fila y me saludó luego de reconocerme a pesar de no poder ver mucho de mi cara.

Detrás de mi mascarilla o «tapabocas» (un nombre más desagradable a mis oídos) y a casi dos metros de distancia sentí que debía hacer un esfuerzo adicional para aumentar el volumen de mi voz y ser escuchado.

«Estoy bien, ya harto de estar encerrado…» – dije sin filtrar demasiado mi respuesta.

Algo en la corporalidad de mi interlocutor me detuvo, al tiempo que le escuché decir, casi a modo de corrección: «estamos a salvo».

La interacción continuó como si nada y finalmente nos despedimos cordialmente, como cada vez que nos vemos, salvo por mi esfuerzo intencional para evitar abrazarle, darle la mano o acortar la distancia para escucharlo mejor.

Camino al auto y ya sofocado del tapabocas iba pendiente de guardar distancia física de las personas que esperaban en fila fuera del supermercado para revisar su temperatura y ganar acceso al lugar. Una fila compuesta solamente de hombres, todos en silencio y con la cara cubierta, algunos atentos a sus teléfonos, otros mirando alrededor. Hice contacto visual con algunos pero no detuve mi andar, sonreí un par de veces de manera natural pero no supe si había respuesta.

Ya con los paquetes en el maletero y habiendo usado el gel alcoholado para limpiar mis manos y mis llaves antes de echarlo a andar, mi auto se sintió como un espacio oscuro y de pausa. Me sentía extraño, como si algo me faltara. Me retiré el tapabocas y sentí la temperatura distinta del aire cuando no tienes esa mascarilla obstruyendo el paso. Respiré profundo un par de veces y entonces lo supe, lo que sentía era tristeza, esa emoción producto de la pérdida y, sobre todo, de la falta prolongada de contacto humano.

Todo había sido una experiencia de distancia en ese viaje al supermercado. En el lugar en que se consigue lo necesario para alimentar el cuerpo y sobrevivir también había conseguido, irónicamente, una sensación de desconexión que mata el alma, nos deprime y cada día se hace más común. Sí, los efectos de la distancia cruzan la barrera de lo físico y nos afectan emocionalmente. El contacto es tan vital como el alimento.

La respuesta de mi amigo en el supermercado es entendible, reconocer que «estamos a salvo» es válido y nos ayuda a cooperar quedándonos en casa y siguiendo las recomendaciones para reducir el ritmo de contagios a pesar de la incomodidad de estas medidas. Sin embargo, es igual de importante reconocer nuestro desagrado, nuestro aburrimiento, nuestra soledad, lo hartos que podemos estar del encierro y la necesidad tan grande de volver a salir, a mirarnos a la cara, a tocarnos. Ambas posturas provienen de un lugar sano y necesario, una de ellas nos ayuda a distraernos de la incomodidad y la otra a reconocerla y desahogarnos. Cada postura es una estrategia y cada quien emplea la estrategia que mejor le funcione en el momento y contexto en que se encuentre.

Así que escribo esto para recordar que un punto fundamental para cuidar nuestra salud mental individual es reconocer lo que sentimos, hacer el ejercicio de escucharnos a nosotros mismos, a nuestro cuerpo, poner un nombre a las emociones y a partir de ahí tomar algunas acciones. Pero como animales sociales y sabiendo que el vínculo emocional es fundamental y se construye a través de la empatía, nuestra salud mental colectiva requiere reconocer los estados emocionales de otras personas. A veces será fácil hacerlo y a veces no, pero es muy necesario intentar.

Curiosamente «reconocer» es una palabra que se lee igual al revés y al derecho, de ida y de regreso, de la misma forma que debe darse esa lectura emocional entre dos personas. Por eso se siente tan extraño cuando sonreímos a alguien y, gracias al tapabocas, no sabemos si nos sonríe de vuelta. Por eso me sentí extraño cuando hablé de mi encierro y sentí que mi amigo corregía las palabras para hacerlo ver como algo positivo, para compartirme una estrategia que le funcionó pero que, en ese momento me generó un desencuentro, una distancia emocional más que física, una falta de reconocimiento.

En este punto les pido que no me malinterpreten, este amigo es alguien a quien tengo en gran estima y sé que tiene las mejores intenciones, pero me permito usar ese ejemplo porque estas cosas también pueden suceder. Habrá momentos en que buscaremos el vínculo, trataremos de desahogarnos o de distraernos y las personas alrededor no estarán en el mismo lugar o usando la misma estrategia, en ese momento sentiremos una especie de desencuentro, de distancia emocional, de no reconocimiento y eso puede generar rabia, frustración, tristeza o algún otro estado emocional menos que agradable. Recordemos, sin embargo, que cada persona está empleando la estrategia mental que siente que le funciona y a veces nos la comparten con el deseo más puro de ayudar. En ese sentido, cuando sintamos ese desencuentro, cuando el otro falle en reconocer nuestra emoción, hagámoslo nosotros, sepamos reconocer que él o ella tal vez nos comparte lo que tiene en ese momento y que la intención es casi tan importante como la empatía.

Hoy cumplo 10 semanas en cuarentena y he tomado mucho tiempo para escribir esto. Como profesional de la salud mental este último par de meses ha sido de mucho trabajo, siempre redoblando esfuerzos para contener las ansiedades, los temores, la incertidumbre ajena. Pacientes, clientes, amigos y familiares requieren especial atención y mis colegas y yo estamos en la segunda línea de batalla (la primera siendo los médicos, enfermeras y demás personal de salud física). 10 semanas de lidiar con la pandemia han traído al frente los malestares de salud mental con los cuales deberemos lidiar durante un tiempo y que son producto de las medidas para prevenir el contagio. Intentemos lidiar con esos malestares a través de movernos entre la distracción y el reconocimiento de lo que sentimos y, en esta última opción, recordemos también reconocer lo que sienten otros y compartirles lo que sentimos nosotros. Si un auto en el estacionamiento del supermercado puede ser un espacio oscuro y de pausa en el cual reconocer nuestras emociones y tranquilizarnos, imagínen lo que puede hacer el espacio creado por el vínculo, la escucha atenta y el reconocimiento de otro ser humano.

Que estén muy bien,

Dr. Alvaro