«Era de noche y te juro que solo paramos para cambiar una llanta. Estábamos muy asustados porque todo estaba oscuro y, apenas terminamos, nos metimos al carro para irnos de ahí. Resulta que mi pareja me da un beso, pero ni siquiera un beso de esos fogosos, solo un ‘piquito’… como dice uno. Y en ese instante se hace de día. Y yo abro los ojos y veo entre los destellos unos números azules contra fondo blanco… la policía.«

Así empezó la historia de Alex, quien me había prometido material para el blog. Según él, eso le sucedió más o menos en el 2002 pero, gracias a la encuesta #3 que hicimos, recordó este evento y consideró que era una historia que vale ser contada. Después de escucharlo, estuve de acuerdo.

«– ¡Ciudadano, bájese del carro! ¿Qué están haciendo aquí? – dijo uno de los dos guardias, vestidos de verde y con las manos acariciándose los cinturones, cerca de sus toletes. – Deme su licencia y quiero la cédula de los dos.

Nosotros no sabíamos qué hacer, nos bajamos del carro y les dimos los documentos. Mi pareja, que era el conductor, le contó lo de la llanta baja. Inmediatamente, uno de ellos empezó a decirle, mientras el otro se reía:

– Tú lo estabas besando a él, seguro tú eres la mujer ¿Quién se monta a quién?.

Las manos de los guardias se paseaban por sus toletes, mientras hacían como si revisaran las cédulas y cortaban la distancia entre ellos y nosotros. Claramente querían asustarnos y la verdad es que lo consiguieron. Nos dijeron de todo. Al final nos dijeron nuestros nombres como para dejar bien claro que tenían nuestra información y amenazaron con llevarnos detenidos y llamar a nuestras familias. Aunque éramos mayores de edad, éramos jóvenes y me imagino que se les ocurrió que lo de llamar a la familia sería bueno para asustarnos. Yo pensé de inmediato que mi familia sabía de mí y que me conocen bien, así que nunca se creerían ningún cuento que un guardia con autoridad improvisada les dijera. Mi pareja, por otra parte, se asustó, pero conservó la calma.

Acabaron preguntándonos cuánto teníamos encima y nos quitaron toda la plata. No era mucho, porque ya íbamos de regreso del cine y entre los dos solo teníamos como veinte dólares, pero el punto no es la cantidad de dinero, sino el hecho mismo.

Ahora podemos contar la historia, pero mi pareja lloraba mientras manejaba de regreso, yo seguía asustado y sin saber qué decir.
«

Señores, quiero aclarar que mi intención con esta entrada no es más que mostrar algunas de las experiencias desagradables y tratos injustos (como decía la encuesta #3) que enfrenta la comunidad homosexual. Como he dicho en otra ocasión, conozco a Alex desde que éramos niños y a su pareja de ese entonces lo conozco bien también. De hecho, recuerdo cuando les sucedió eso de los policías. Sé que no me están mintiendo.

Sí – pensé yo de inmediato – definitivamente una historia para contar en el blog. ¿Algún comentario?