En la entrada anterior, hablamos sobre aquello de pensar como “gay” o como “straight”.  Es importante, dadas las reacciones que se han producido aquí y por otros rincones de la blogosfera, que al hablar de “pensar como straight” me refiero más bien a “percibir” como straight.  Paso a elaborar eso:

Crecer en una cultura como esta, diseñada para el desarrollo de gente heterosexual y con poca cabida para quien difiera de esta norma (norma estadística), tiene efectos interesantes en la gente gay.  Por ejemplo, esta cultura no solo favorece sino que exalta a la gente heterosexual como modelos deseables, en oposición a los homosexuales o bisexuales, quienes son comúnmente vistos con temor, sospecha, odio, devaluación o lástima. 

Alguien ha escuchado expresiones como:

“¿Él es gay? ¡Qué desperdicio!” ó “Ay, pobrecito… pero es buen profesional” (como si hubiese que compensar por algo).

Hay múltiples situaciones en las que se pueden observar cómo se percibe a la gente gay en contraposición a los heterosexuales.  Estas formas de percepción no solo se encuentran en la mente de la gente heterosexual, sino en la mente de los homosexuales y bisexuales que se crían en esta cultura.  Precisamente por eso tenemos tantas dificultades y riesgo de daño, porque muchos homosexuales crecen pensando que deben sentir lástima por sí mismos, o culpa por su propia naturaleza.

Ahora bien, a pesar de crecer en este sistema que otorga las mismas reglas de “normalidad” para todo el mundo, sí existe una diferencia de percepción entre homosexuales (al menos los que se han aceptado) y heterosexuales.  La diferencia estriba en que no importa si creces pensando lo que te vende el sistema, tu propia naturaleza homosexual hace que te percibas a ti mismo como distinto a cada minuto o que no puedas abordar ciertas situaciones de vida con todos los recursos que se otorgan a los demás.  No quiero colocar a la comunidad homosexual en el lugar de víctima, me parece que de eso se encargan otros grupos, pero es importante saber desde el inicio del juego, que las reglas son iguales para todos, pero los recursos y libertades no. 

No es lo mismo ser una persona común, con permiso tácito para expresar sus afectos, que tener que frenar el impulso de tomar la mano de tu pareja en público por temor a los ataques.  El mundo no se percibe igual desde un lado y el otro.  No perciben el mundo (o a sí mismos) de la misma forma el hombre heterosexual que presenta a su esposa con sus compañeros de trabajo, y la mujer lesbiana que debe presentar a su pareja como “una amiga” en la cena familiar de navidad.

Uno aprende a lidiarlo – por supuesto – pero es algo que puede permanecer con algunos para siempre y se actualiza en cada etapa de la vida.  Cada etapa de vida se percibe diferente desde el punto de vista del hetero y el homo.  ¿Es eso algo  malo? A veces sí, pero a veces no.  Vale decir que por no darnos permiso de aceptar esas percepciones distintas estamos perdiendo la oportunidad de “pensar fuera de la caja”, salir de nuestra “área de comodidad” y abordar viejos problemas con nuevas soluciones… soluciones más diversas.

 

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