Hoy hubo una marcha de un grupo católico de mi país, algunos de los puntos que sostenían (como que el matrimonio es entre hombre y mujer y eso es «naturaleza humana») ofendieron a miembros homosexuales de nuestra sociedad. La pelea en Twitter y Facebook entre ambos grupos fue bastante intensa y me hizo pensar sobre las divisiones que hacemos frecuentemente y las consecuencias que eso tiene.
Esa tendencia humana de dividirse en categorías y grupos es algo fascinante en mi área de trabajo. A veces pareciera que las personas necesitan dividirse en grupos para poder seguir funcionando, pero no es así. Es mi impresión, luego de observar este fenómeno por años, que la verdadera necesidad detrás de esto es la de formarse y mantener una identidad, es poder identificarse con algo, darle sentido a lo que se es y, por lo tanto, funcionar dentro de límites bien establecidos que estructuran el psiquismo y proveen contención. La división de los seres humanos en grupos más o menos específicos es solo un subproducto de esa búsqueda de identidad.
Esa separación en grupos es bastante evidente en la adolescencia, los muchachos se dividen entre deportistas, artistas, estudiosos, rebeldes y demás y actúan igual a sus miembros de grupo. Las adolescentes caminan por los pasillos una al lado de la otra y, por momentos, si las ves de espaldas, te cuesta distinguir cuál es cual porque se peinan igual, se visten de la misma forma, etc. Todo lo anterior es un movimiento para obtener identidad, absorber y solidificar rasgos de un grupo hasta que los incorporen con suficiente confianza como para seguir por su cuenta.
Ahora bien, esa búsqueda de identidad no solo va de la mano con la pertenencia a grupos específicos sino que conlleva la creación e incorporación de etiquetas que nos ayudan a organizar el «qué soy y qué no soy» que cada uno de nosotros lleva dentro y que ha construido con el tiempo. Y no hay nada de malo con este proceso a menos que se sacrifique la fluidez y flexibilidad de la identidad y se imponga la rigidez en cuanto a la misma. Si somos demasiado estrictos respecto a quiénes somos, no dejaremos espacio para crecer. Una identidad rígida tiene dos aspectos importantes que debemos considerar.
- Ser rígido en cuanto a la identidad, la pertenencia y las etiquetas es un signo de inseguridad. Mientras más nos abrazamos a algo, más mostramos nuestro temor a perderlo y, por lo tanto, nuestra poca seguridad en que realmente es una parte nuestra. Si estuviésemos seguros de nuestras identidades no temeríamos que se afectaran por las identidades ajenas. Por eso ese chiste sobre cómo la gente homofóbica en realidad es gente insegura de su propia heterosexualidad. No siempre es así, pero en muchos casos sí lo es, así que si hay algún dejo de homofobia en su pensamiento y es usted heterosexual, tal vez deba darle una pensada a cuán claro está en cuanto a su propia sexualidad. Si está inseguro, no se sienta mal, lo más probable es que sea un producto del aprendizaje social que ha tenido, y todo lo que se aprende se puede desaprender así que tenemos esperanzas.
- Dividirnos en grupos como resultado de ponernos etiquetas y crearnos identidades rígidas nos pone en riesgo de atacar a quienes no pertenezcan a nuestro grupo. Por eso los seres humanos se pelean por las divisiones más superficiales y que son una elección personal (como ser fanático de un equipo de fútbol y no de otro, o pertenecer a un partido político u otro) o por cosas más inherentes a la naturaleza de cada quien y que no se eligen (como ser homosexuales o heterosexuales). Muchas personas de religiones distintas se sonríen de frente mientras piensan en lo equivocado que está el otro, pensarlo es devaluarlo, y no es del todo realista pensar que el otro está equivocado solo porque su mitología es distinta a la de uno. Por esta razón también los adolescentes se atacan entre sí cuando pertenecen a grupos distintos, con identidades diferentes. Aún están aprendiendo a calibrar su agresión y a mantener la seguridad en sí mismos sin atacar al resto. Es nuestra responsabilidad como adultos darles un ejemplo adecuado, para que puedan aprender a calibrarse. De la misma manera, si volvemos al ejemplo de la persona homofóbica encontramos que siente alguna amenaza de quienes son distintos, por lo tanto, para minimizar la ansiedad que les produce la amenaza, atacan a la gente homosexual con chistes agresivos, comentarios malintencionados, palabras hirientes, sobrenombres, golpes, devaluaciones, negación de derechos, etcétera. Tal vez imaginan la vida de la otra persona tan diferente que no pueden hacer menos que atacar para mantener esa diferencia y, con ella, su identidad.
Pareciera que quienes piensan distinto a nosotros no pueden estar en lo correcto porque, de ser así nos tocaría admitir nuestra propia equivocación. ¿Hay otras formas de vivir la vida? ¿Podría liberarme de las limitaciones que conlleva pertenecer a mi grupo? ¿Habré estado equivocado todo este tiempo? ¿Y si desperdicié mi vida pensando equivocadamente? ¿Será que mi verdad no es la verdad de todos? ¿Acaso no existe una verdad absoluta? ¿Debo revaluar mi idea de lo que está bien y lo qué está mal?
Son estas preguntas, o más bien la sensación de incertidumbre que generan, lo que nos mueve a hacernos rígidos, a odiar, a atacar, a decir «yo soy esto y todos los distintos están equivocados». Porque lo que estas preguntas generan es ansiedad (inseguridad y temor a perder algo importante, como la identidad, la certeza de haber vivido adecuadamente o el status quo que nos resulta familiar) y una manera común en que la psique elimina la ansiedad siempre ha sido hacerse rígida y desarrollar rutinas inflexibles. Cualquiera que tenga una rutina para cerrar su casa al salir sabe de lo que hablo, sobre todo si un día no puede recordar si lo hizo bien y su ansiedad lo hace volver a casa para verificar. Las rutinas nos dan sentido y seguridad, la rigidez nos tranquiliza porque podemos contar con que las cosas «siempre son así» y predecir los eventos.
Ahora bien, cuando veo a personas decir que la familia solo está constituida por hombre, mujer e hijos no me da menos que tristeza por vivir en este país y agotamiento por ver que hay tanto que hacer, hay tanto que informar todavía. Todo eso sin mencionar el menosprecio que se hace a las familias monoparentales y homoparentales. Hoy día pienso en los hijos que son abandonados por sus padres, los huérfanos, los criados por la empleada mientras la mamá y el papá van al mall o de viaje, las parejas del mismo sexo que sienten ese deseo de paternidad que es bastante común en los seres humanos y que no tiene mucho que ver con la orientación sexual, las parejas heterosexuales que perdieron a sus hijos por algún hecho fatal. Pienso también en los cientos (sino miles) de casos que he visto en mis años de trabajo como terapeuta y me doy cuenta que aquellas que podríamos llamar familias tradicionales (de papá, mamá e hijos) son las menos.
Con un siglo XXI ya establecido con bastante fuerza y con el advenimiento del internet, que nos ha brindado esta posibilidad sin precedentes de reportar nuestras propias individualidades, queda bastante claro que lo que nos han hecho creer como «normal» no lo es ni siquiera estadísticamente. La mayoría de las familias en estas latitudes no son de papá y mamá, cientos de miles de personas crecen en familias muy distintas a la que vemos en los anuncios de bienes raíces. Gente criada por abuelos, primos, vecinos o hasta profesores, gente criada por dos papás, dos mamás o parejas heterosexuales que se separan por la razón que sea.
Es hora de incorporar esta realidad sin temer la incertidumbre, porque el no saber implica que podemos aprender y descubrir. Es hora de admitir que todos somos diferentes y que tenemos historias de vida únicas, que tenemos algunas cosas en común con otras personas y eso nos agrupa y nos permite vincularnos y empatizar, pero también somos lo suficientemente distintos de los demás como para que nada amenace nuestra identidad. Esa es la verdadera naturaleza humana. No es sencillo llegar ahí, pero es necesario por nuestra salud salir de esta adolescencia universal en la cual nos encontramos como humanidad, porque estos dolores del crecimiento, esta dificultad para calibrar nuestra agresión y la forma en que nos dividimos y nos atacamos unos a otros es un riesgo real para nuestra existencia, así se originan las guerras, por ejemplo. Después de todo, ya no somos adolescentes en la realidad, al menos muchos de nosotros (como los involucrados en la pelea por la marcha de hoy) somos oficialmente adultos.
Es hora de crecer.
Alvaro