– «Mira ese hombre que va ahí, es un cueco» – dijo, con tono despectivo y natural, la chica a quien un amigo me acababa de presentar socialmente. Ella recién se había enterado de mi profesión.

– «Un punto menos» – pensé yo mientras guardaba silencio y trataba de encontrar una respuesta diplomática y asertiva para expresar mi molestia con ese comentario.  La cosa se puso peor.

– «Oye ¿Y tú atiendes cuecos?» – dijo, incrementando el mismo tono despectivo y casi sin detenerse luego de su comentario anterior.  De pronto, un finísimo piano de cola color negro se materializó sobre su cabeza y le cayó encima muy obediente de la ley de gravedad.  Miré a mi amigo, en silencio le preguntaba «¿de dónde la sacaste?».

– «Ay no, bueno eso no me importa pero no sé…» – siguió diciendo ella, el sonido de sus palabras me hizo darme cuenta que lo del piano había sido una mera imaginación mía.  La jóvena (palabra inventada por una profesora mía que se reía del tema del género) continuó hablando sobre lo mal que debía ser atender gente gay.

Ahora bien, sucede que yo siempre he sido muy protector de mi trabajo y mis pacientes.  Para dar un ejemplo, cuando alguien sugiere agendar una reunión social o alguna actividad en un momento en que debo atender un caso, me niego de inmediato.  Mis pacientes van primero siempre que hayan ocupado primero el espacio en mi agenda y trato, en la medida de lo posible, de defender ese espacio.

Así que, cuando la niña maravilla que tenía enfrente abrió la boca y los sonidos salieron, los puntos a su favor empezaron a desaparecer y sus comentarios despertaron en mí ese sentido de protección.  Mi cerebro echó a andar algunos procesos.  La joven no dejaba de hablar y lo hacía muy rápidamente, algunas cosas que decía parecían provenir de asuntos personales muy serios y evidentemente tenía problemas para mantener sus pensamientos privados, pues… privados.

– «Algo significa eso en su mente, esto no tiene nada que ver contigo ni tu trabajo y no es nada en lo que debas ahondar, estás en una situación social normal, esto NO es terapia.» – le decía la vocecita tranquilizadora en mi cabeza a la parte de mi cerebro que, en ese momento, se imaginaba rayos láser saliendo de mis ojos y alcanzando a mi interlocutora. – «Qué bueno que nunca fuimos a ese curso para ser Jedi» – aportó mi vocecita Geek – «ya nos habríamos pasado al lado oscuro».

– «Bueno, me tengo que ir» – dije finalmente, tratando de medir mis palabras – «Ha sido un…»  – no supe cómo terminar la frase.

– «El gusto es mío» – me interrumpió ella.

– «Absolutamente» – pensé yo, mientras sonreía por cortesía y le daba la mano.

Un par de horas después, mi amigo me llamó:

– «¿Piano de cola?» – preguntó.

– «Y rayos láser» – respondí.

Ambos reímos.