20160725_190345

Hace tres meses fue el tiroteo en el club Pulse en Orlando, Florida. Ese donde murieron 50 personas y 53 más fueron heridas. Muchas reacciones se produjeron, mucho se habló sobre esta gran pérdida para la comunidad. Muchas vigilias y comentarios en redes sociales.

Durante estos tres meses han sucedido otras cosas en espacios geográficamente más cercanos al nuestro, como la multitudinaria marcha en contra de la educación sexual integral que se dio en Panamá y la consiguiente interrupción de la discusión del proyecto de ley 61, mismo que podría salvar muchas vidas a través de brindar educación sexual en todos los colegios públicos. Al momento de escribir esto, sucede lo mismo en México y pareciera que las masas en ambos países hacen gala de su ignorancia en el tema. Sí, la educación de calidad (sexual o no) ha estado tan ausente de nuestros sistemas educativos que la población ya no la reconoce cuando se le ofrece, así que la rechaza asustada y consumida por los prejuicios y la manipulación de líderes oportunistas.

Ahora bien, desde hace unos años vengo acariciando la idea de que las etiquetas no son tan necesarias en el diario vivir, facilitan algunos procesos pero, en general, sería mejor vernos a nosotros mismos como seres humanos y no tener que ponernos nombres con base en la sexualidad. Si eliminamos las etiquetas, si quitamos los nombres de las distintas identidades, si ya no fuéramos homos, heteros, bis o trans, me pregunté: ¿Qué sería lo que nos une?

Al final del día no hay tal cosa como una “vida gay”, no te levantas en la mañana y tomas café gay, te das una ducha gay y te vas a tu trabajo gay para luego hacer la compra en el supermercado gay y cocinar tu comida gay antes de dormir en tu cama gay y repetir todo nuevamente al día siguiente. Todos somos bastante similares a la gente heterosexual. Vaya, lo de “distintos” podría muy bien ser una percepción personal, cierto?

Falso. Sí tenemos cosas que nos unen, sí tenemos historias en común y, a partir de ellas, tenemos una identidad como grupo.

A nadie le gusta pasar dificultades y la idea de que las mismas nos ayuden a crecer no parece más que una racionalización, una minimización del sufrimiento en el momento en que lo pasamos. Pero lo que nos une es el dolor, es la dificultad, son las historias que individualmente hemos enfrentado y que como grupo hemos sobrevivido, todos los eventos desde la edad media, pasando por Stonewall en el 69 y llegando hasta Pulse en 2016. Nos une el miedo al rechazo que muchos vivimos al descubrirnos diferentes, el tener que hacer confesiones a nuestras familias, el pensar antes de actuar espontáneamente para, así, evitar agresiones.

 Pero la vida sigue y varios intentamos ayudar en lo que se pueda. Ser “distinto” no es sencillo de ninguna manera pero tiene sus recompensas importantes, al menos así me lo vivo yo.  Lo cierto es que no se vale victimizarse, porque se pierde tiempo en ello y porque sí es verdad que superar estas dificultades nos provee de experiencias necesarias para vivir vidas más sanas y, con el tiempo, ayudar a otros. Podemos educar y tratar de derribar los prejuicios hasta lograr que, un día, quienes se descubran distintos no tengan que preocuparse de ser agredidos por ello.
Un abrazo y que estén bien,

Dr. Alvaro