En una de las entradas sobre la comunicación, comentaba yo algo sobre la habilidad de «leer» al otro y conocer sus reacciones frente a nuestras acciones. Pues esta habilidad se desarrolla a medida que crecemos y desde la infancia temprana. Eventualmente, los niños aprenden a determinar si sus cuidadores estarán molestos o felices por algo que ellos hagan, si se ponen felices seguramente los niños recibirán mimos o premios de alguna clase, pero si se ponen molestos los niños serán castigados o reprendidos. Al advertir estos patrones, los seres humanos «aprendemos» lo que «está bien» o «está mal».

Pasar por este proceso no sólo es algo natural sino necesario, es la forma en que aprendemos las reglas de funcionamiento social. Poder saber aquello que nuestros cuidadores desaprueban nos lleva eventualmente a categorizar ese algo como «malo» o «indeseable» y, con el tiempo, acabar desaprobándolo nosotros también, ingenuamente pensando que es una decisión propia cuando en realidad es posiblemente una forma de reaccionar que ha pasado de una generación a otra a lo largo de mucho tiempo. En cada generación la reacción se altera un poco, se acentúa o se hace menos intensa o bien se expande para incluir otras cosas que aprobar o desaprobar.

Un ejemplo positivo de esto se observa en la forma en que la mayoría de las personas consideramos que matar es algo negativo e indeseable, por lo tanto, frente a un evento que incluye un asesinato, la mayoría de las personas (ojalá) tendrá el impulso de realizar un juicio moral que censure el hecho. Toda nuestra moral (no necesariamente nuestra ética) proviene de este proceso.

Pero abordemos el tema de las mentiras. Tan pronto como un niño (o niña, da igual) logra el poder de leer si la reacción del otro será favorable o no, también aprende a evitar los castigos y obtener lar recompensas, dándose cuenta que, a veces, para evitar el castigo, no es necesario dejar de hacer algo que el otro desapruebe sino evitar que se entere. Es decir, no se trata de que no lo hagas, sino de que no te atrapen haciéndolo.

Muchas personas viven sus vidas bajo esos preceptos, porque nunca encontraron el verdadero sentido de por qué se rechazaban algunas acciones y se aprobaban otras, sino que se quedaron en la superficie, en el «parecer que no lo hice» para evitar consecuencias negativas. El grupo de seres humanos que vive bajo el «ojos que no ven, corazón que no siente» incluye desde infieles hasta asesinos, desde ladrones hasta narcotraficantes, desde niños que quieren evitar un castigo de los padres, hasta adultos que mienten para evitar la cárcel luego de cometer algún delito. Un buen mentiroso sabe leer las reacciones de los demás, pero no necesariamente establece una conexión afectiva con ellos, sólo pronostica sus reacciones de manera intelectual.

Alguien que a partir de leer al otro, establece una conexión afectiva es lo que llamamos un sujeto «empático», la empatía con el otro regularmente necesita que vayamos más allá de la moral y entremos en el terreno de la ética, que traspasemos la superficie y encontremos el verdadero sentido de lo que se aprueba y se desaprueba. Ya no depende de reacciones favorables o desfavorables que nos convengan o no, sino de lo que permite mayor crecimiento a todos. Un buen mentiroso requiere un grado determinado de habilidad para leer al otro, un buen empático no solo tiene la habilidad, sino que usualmente no requiere mentir.

No quiero decir con esta entrada que no debamos cuestionar lo que aprendimos que está bien o mal. Aunque algún grado de categorización entre lo bueno y lo malo es necesario para el buen funcionamiento social, es importante que cuestionemos lo que sabemos, o lo que creemos saber. Después de todo, es lo que la comunidad diversa le pide al mainstream heterosexual, que considere la posibilidad de que la gente distinta a ellos no sea gente enferma o loca o peligrosa. Pues ese ejercicio debería hacerlo cada miembro de la comunidad humana, deberíamos dudar de lo que creemos, porque es la única forma de cuestionarnos a nosotros mismos. Dudar de lo que sabemos es, irónicamente, el camino al conocimiento más importante que hay: el conocimiento de nosotros mismos.

hmmm… esta fue una entrada un poco complicada.

Saludos,