La siguiente es una entrada que escribí en 2009 y nunca había publicado:
«Me prometí a mi mismo que no usaría una máscara nunca más.» – dije en mi mente antes de decirlo en alto.
«Lo siento.» – dijo él.
La ansiedad nos dejó hablar un rato más al respecto y decidimos asistir, siempre con la premisa de estar juntos, como equipo, frente a la situación. Por cierto, la situación era nada menos que conocer a su padre quien, hasta hacía un par de horas no sabía de mi existencia o de nuestro status.
Los pormenores de la cena permanecerán entre quienes estuvimos allí pero les diré que, luego de una charla con temas triviales como el trabajo, las películas o los restaurantes favoritos, la vida siguió su curso como si nada hubiese pasado.
En mi mente se daba una confusión de sensaciones. No sabía bien qué significaba lo que sentía. Pero sabía que había sido un rato agradable sin mayores problemas, así que decidí verlo como algo positivo.
Días después sucedió lo del mall. Los videos de seguridad y algún guardia pueden haber registrado un beso de despedida en alguna ocasión, pero mi sensación de no poder hacer eso mismo frente a la gente estaba allí y parecía ser compartida por mi compañero. Esta vez sí fue algo incómodo. Pensé por un rato en las demostraciones de cariño que nos forzamos a contener y la vida me jugó una broma de mal gusto cuando una pareja heterosexual caminó de la mano junto a nosotros, lentamente dejándonos atrás. Los temas para el blog invadieron mi cerebro y la incertidumbre sobre si debía tratar o no estos temas de manera más personal también se manifestó.
Me prometí a mí mismo no usar máscaras nunca más. Me prometí a mí mismo ser quien soy en todo momento. Sé que eso no significa colgarme un cartel al cuello y sé que es distinto ver la situación para sí mismo que verla en pareja. No obstante, salta a mi mente esa línea de mi poema favorito: ¡Qué doloroso es amar y no poderlo decir!
¿En qué medida puedo mantener esa promesa? Mi salud depende de que lo haga, pero sé que debo correr a un paso menor por un tiempo y aprender a bailar con otro a un ritmo totalmente diferente.
«Me prometí a mi mismo que no usaría una máscara nunca más.» – dije en mi mente antes de decirlo en alto.
«Lo siento.» – dijo él.
La ansiedad nos dejó hablar un rato más al respecto y decidimos asistir, siempre con la premisa de estar juntos, como equipo, frente a la situación. Por cierto, la situación era nada menos que conocer a su padre quien, hasta hacía un par de horas no sabía de mi existencia o de nuestro status.
Los pormenores de la cena permanecerán entre quienes estuvimos allí pero les diré que, luego de una charla con temas triviales como el trabajo, las películas o los restaurantes favoritos, la vida siguió su curso como si nada hubiese pasado.
En mi mente se daba una confusión de sensaciones. No sabía bien qué significaba lo que sentía. Pero sabía que había sido un rato agradable sin mayores problemas, así que decidí verlo como algo positivo.
Días después sucedió lo del mall. Los videos de seguridad y algún guardia pueden haber registrado un beso de despedida en alguna ocasión, pero mi sensación de no poder hacer eso mismo frente a la gente estaba allí y parecía ser compartida por mi compañero. Esta vez sí fue algo incómodo. Pensé por un rato en las demostraciones de cariño que nos forzamos a contener y la vida me jugó una broma de mal gusto cuando una pareja heterosexual caminó de la mano junto a nosotros, lentamente dejándonos atrás. Los temas para el blog invadieron mi cerebro y la incertidumbre sobre si debía tratar o no estos temas de manera más personal también se manifestó.
Me prometí a mí mismo no usar máscaras nunca más. Me prometí a mí mismo ser quien soy en todo momento. Sé que eso no significa colgarme un cartel al cuello y sé que es distinto ver la situación para sí mismo que verla en pareja. No obstante, salta a mi mente esa línea de mi poema favorito: ¡Qué doloroso es amar y no poderlo decir!
¿En qué medida puedo mantener esa promesa? Mi salud depende de que lo haga, pero sé que debo correr a un paso menor por un tiempo y aprender a bailar con otro a un ritmo totalmente diferente.
Comparto el sentimiento.
Me cuesta bastante trabajo entablar una relación sentimental en el entorno promedio para las parejas heterosexuales, por un lado lo adjunto al hecho de que no todo hombre que me llegue a gustar me dará la garantía de ser homosexual o por mínimo «jugar en mi equipo», del otro lado discrimino al peso que muchos homosexuales/bisexuales con tendencia a los hombres llevamos sobre nuestros hombros, muchos ya sabrán de que hablo, si, de esa sensación que pareciese la tenemos congénita ya, ese sentimiento de estar cometiendo algo incorrecto, llámese pecaminoso, inmoral, inapropiado, etc, creo está de mas mencionar sus orígenes.
Pareciese que las alternativas que nos propone la sociedad implican enjaularlos en centros de encuentros y convivencia cuales animales en peligro de extinción condenados al cautiverio en alguna reserva enfocada a ello.
puede parecer insignificante, pero el hecho de verse limitado como homosexual en cuanto a buscar pareja únicamente en ciertos ámbitos estrictamente específicos es algo que oscila en lo frustrarte y tormentoso.
apegandome a mi idealización de lo burdo y fantasioso, hubiese disfrutado vivir en un mundo en el cual el sexo no limitase la búsqueda del compañero de vida, que si bien, un mundo de libre aceptación tampoco es el idóneo, un lugar con una gama variada y diversa no limitada por la discriminación del tradicionalismo hetero-moral-religioso hubiese sido, sin duda alguna, el mejor lugar para vivir. Un lugar sin represiones sexuales que décadas después evocarían en una explosión de libertinaje que daría paso a un perfil estereotipado del supuesto homosexual, un ser meramente sexoso en búsqueda constante del placer, con un comportamiento amanerado a niveles extremistas que pretende ser una suplantación del genero femenino pero mas burdo, carnal y sin conciencia de la moral colectiva, cuya razón que excusa su existencia es la celebración de su supuesta «aceptación homosexual ante la sociedad»
Si, tal vez estoy siendo demasiado fantasioso, pero bueno, ¿que colega mio que comparta mis gustos no ha fantaseado alguna vez con cosas como estas? No creo ser el único que ha acariciado la idea de haberse declarado a ese compañero o amigo de secundaria, preparatoria o universidad, inclusive dentro del área laboral, de hecho algunos de nosotros aún lo seguimos haciendo, aunque claro, teniendo sobre nosotros el ojo de la perspectiva hetero-religiosa tradicionalista de la que ya he hecho mención anteriormente, nos sentimos intimidados, incluso avergonzados de nosotros mismos por creernos seres perversos al anhelar lo proclamado por la homofobia como naturalmente ajeno.
Y es aqui donde me pregunto yo ¿que hay de malo en desear una relación estable con alguien que llevamos conociendo mas allá de una noche en un hotel? ¿que hay de malo en enamorarse de alguien con quien ha existido un fuerte vinculo no ligado al «ambiente»? ¿que hay de malo en desear compartir con alguien que no encontraremos dentro de un bar gay o un antro nocturno?
Que hay de malo en desear un amor como el que de los heterosexuales es exclusivo en nuestra realidad.
Hola, vaya comentario! Me alegra que mi entrada haya contribuido a tu tren de pensamiento. Saludos desde acá.
hey, desde que encontré tu canal en youtube sabía que seguir tus publicaciones me sería de bastante utilidad, gracias por subir el contenido que la sociedad aún se escandaliza por comentar.
un abrazo y sigue asi, te apoyamos desde puebla.
Siempre! Abrazos!