Hoy es el día del año en que celebramos a los hombres que fueron originalmente dueños de la mitad de nuestros cromosomas: nuestros papás.  Ya sea que hayamos crecido gracias a nuestro padre, sin un padre o a pesar de nuestro padre, lo cierto es que estos hombres tienen un rol muy importante en las vidas de muchos de nosotros.
Frente a la misandria que vemos hoy día corriendo rampante por el internet es importante preguntarse honestamente cómo vemos el rol del varón y «lo masculino» a la hora de cuidar a los hijos. Todos hemos visto a alguna fémina en la televisión alegando que es «madre y padre» y recibiendo elogios y validación por parte de quien la escucha y la coloca en el puesto que corresponde a los más sacrificados. Pero, casi nunca se escucha (al menos no lo he escuchado yo muy seguido) a un hombre diciendo que él es «padre y madre» y mucho menos recibiendo la misma validación o el mismo lugar del héroe sacrificado. Y no se llamen a engaño, hay hombres que crían solos a sus hijos, sin la ayuda de una madre o, incluso, a pesar de los obstáculos que pueda presentar una madre psicológicamente enferma.
¿Han notado que en muchos lugares está sobreentendido que, si una pareja heterosexual con hijos se divorcia, los hijos se quedarán con la madre y el padre será quien deba visitar esporádicamente? Personalmente he visto casos en los que la madre es abusiva con los hijos o en los que sencillamente ellos tendrían un mejor desarrollo bajo el cuidado del padre, pero el sistema envía a los hijos con la madre pasando por encima de toda evaluación. ¿Por qué se da esto? ¿Cuál es ese poder mágico que se otorga a la madre y que el padre no puede contener frente a los ojos de la sociedad? 
Es sencillo distraerse citando las estadísticas y hablar de los hombres que abandonan el hogar y como son muchos más los casos en que las mujeres cuidan a los hijos sin los hombres. Podríamos pensar que no aparecen muchos hombres criando solos a sus hijos sencillamente porque no los hay en igual proporción a las mujeres que hacen esa función. Todo eso es objetivamente cierto. Sin embargo, siendo un gran fanático de revisar cualitativamente las situaciones, traspasar la barrera de los números y observar procesos, debo decir que ser un papá responsable en este país es algo bastante complicado y, en general, los hombres no saben cómo serlo. Paso a explicar:
De manera tradicional, desde el nacimiento se promueve en las niñas el interés por el otro, el juego con muñecas, el permiso para dar caricias y recibir besos. Al mismo tiempo, en los niños se promueven los juegos que impliquen alguna actividad física intensa, competencia y agresión. Criamos a nuestros hijos para ser héroes y ganar y a nuestras hijas para ser princesas y cuidar a otros. No en vano tenemos hombres adultos que no saben como dar afecto y mujeres que sienten que su identidad está en riesgo si no son madres y crían hijos.
¿De quién es la culpa? ¿Cómo podemos cambiar esto?
Pues la culpa es del machismo, del patriarcado y de la heteronormatividad. El machismo que hace que muchos hombres abandonen el hogar y piensen que los hijos son responsabilidad de la mujer es el mismo machismo que hace que el sistema legal entregue los hijos a la mujer sin siquiera considerar al hombre como una posibilidad luego del divorcio, incluso si la mujer es abusiva con los hijos y el hombre no.
Estamos en un momento de la historia en que ya no sabemos si fue primero el huevo o la gallina, si los hijos se le dan a la mujer porque los hombres no se hacen responsables o si los hombres no se hacen responsables porque el mensaje que les vamos dando desde niños es que cuidar a otros es un asunto de mujeres.
La manera de cambiarlo es sencilla pero requiere mucha paciencia y constancia por parte de quien sea que críe a las nuevas generaciones. Enumero algunas opciones:

  • No censurar a los niños cuando muestren afecto: ya sea a través de mostrar interés por actividades lúdicas que involucren cuidado y preocupación por el otro o contacto con las propias emociones como jugar con muñecas o realizar actividades artísticas.
  • Ayudarlos a sintonizarse con las emociones de los demás: por ejemplo si hubo una pelea en la escuela es importante preguntarles cómo imaginan que se sintió la persona agredida, si alguien ha sido humillado o tuvo un accidente es importante preguntarle al niño sobre los afectos de esa persona y, si no tiene respuesta, darle una usando nuestra propia capacidad adulta para empatizar.
  • Empatizar con ellos: nunca está de más reflejar el afecto de nuestros niños, es decir, comentarles lo que sabemos que están sintiendo. Si el niño se cayó de la bicicleta y se raspó una rodilla es importante reconocerle verbalmente que le dolió y que seguramente se asustó antes de ayudarle a limpiar su herida y animarlo a volver a subirse a la bici. Si está molesto por la llegada de un hermano menor, es importante decirle que lo que siente se llama celos, que es normal y que la existencia de su hermano no produce que se le quiera menos a él, un mensaje como este seguido de un gran abrazo sincero y algún tiempo de calidad suele hacer maravillas. Seguir de cerca sus emociones a cada momento y reflejarlas es necesario para que forme un vocabulario afectivo y desarrollará en ellos la capacidad de hacer lo mismo por los demás.

Hacer estos ejercicios una y otra vez producirá un chico consciente de los afectos ajenos y de los propios, lo cual resultará en un hombre adulto capaz de saber que sus propios hijos tienen ciertos requerimientos afectivos que necesitan que él esté ahí haciendo su papel.
Si logramos hacer de la empatía una parte de la masculinidad, el papá del futuro será mucho mejor y en unos años tendremos una estadística muy distinta. Ser padre en este país es algo complicado, muchos hombres hoy día no saben bien lo que incluye ese rol, pero cada niño que nace es una oportunidad humana de mejorar esto. Por cierto, también hay que enseñarles a las niñas a recibir apoyo en las tareas de cuidar a otro, pero eso es tema de otro escrito.
Qué estén bien,
Dr. Alvaro