«Mi nombre no es el nombre de mi padre. El nombre de mi padre fue dado a mi hermano mayor, primer hijo de la familia, destinado a cargar con ese paquete especial de expectativas que se le entrega solo al primogénito.

Mi nombre es diferente, mi nombre es el nombre de nadie. Nadie tiene mi nombre. Fue seleccionado precísamente por la característica que menciono, nadie en la familia se llamaba así. Las expectativas reservadas para mí eran aparentemente sencillas: tenía que ser diferente. Pero ¿diferente de qué?»

La realidad, más allá de las expectativas, es que no importa lo que esperen los demás. Siempre es nuestra decisión intentar cumplir con eso o no. Siempre son nuestra responsabilidad los pasos que hemos dado en el camino hasta aquí.

¿Quién soy hoy? ¿De qué estoy hecho?

No podemos culpar al pasado, no podemos hayar más que factores que influyeron en nuestro desarrollo pero, al final, no podemos depositar en el medio la responsabilidad de ser quienes somos (sin importar si nos gusta o no lo que somos), lo cierto es que hubo algo de participación nuestra. Aunque no lo hayamos visto en ese momento.

Más aún, hay participación nuestra en perpetuar aquello que no nos agrade de nosotros mismos, así como es nuestra responsabilidad mantener nuestra salud.

El nombre del padre solo es el comienzo, el depósito de cierta expectativa que debemos decidir cumplir o no.

Tomar esa decisión es lo más difícil del mundo.