«Yo tenía veintiún años, estaba en la universidad y estaba empezando a descubrir estas cosas. Ya sabes cómo a los de antes nos tomaba más tiempo. Ese día las cosas habían pasado más allá de un juego entre Daniel y yo. Me alteré mucho, me preocupé tanto que no podía quedarme quieto… lo único que se me ocurrió hacer fue llamar al padre de la iglesia, el que era tan amigo mío desde hace tiempo porque necesitaba hablar con alguien.«

Así comenzó el relato de Miguel, un lector del blog que me contactó por GoogleTalk y me contó su historia, pidiéndome que la publicara y comentara al respecto. «Tal vez pueda ayudar a otros» – escribió en algún momento.

Luego de leer su historia, admiré su valentía y decidí acceder a sus deseos y ponerla aquí. Tuve que ayudar un poco con el formato y la gramática para poder publicarla pero la historia es real, solo han sido cambiados los nombres, aunque Miguel quería que los publicara.

«Eran las once de la noche cuando al fin llegué a casa del cura, me recibió muy bien y me llevó a su cuarto, dijo que ahí estaríamos más cómodos porque los otros curas del colegio podían salir e interrumpir la conversación a media noche si nos quedábamos en la sala. No era la primera vez que yo visitaba su habitación y nos sentábamos a hablar, desde que estaba en el colegio yo solía ir a la oficina del padre y hablar con él durante mucho tiempo, varios muchachos íbamos a su oficina, era el cura más popular de la escuela, todos lo queríamos mucho. Después de graduarme, yo lo visitaba en la casa cural y muchas veces hablábamos en su cuarto. Estar ahí no era nada extraño para mí, pero nunca esperé lo que estaba por suceder, sobre todo con lo alterado que estaba yo.«

No he querido continuar el relato de manera tan textual como lo recibí por el googletalk, sin embargo, creo que ya todos imaginan lo que sucedió. Miguel estaba muy alterado, perdido con la preocupación de haber cruzado un límite con Daniel que no había previsto. Su confusión y su incertidumbre sobre su propia identidad, quién era en verdad y lo que significaba su reciente interacción sexual con otro varón le llevaron a contactar a la persona a quien le había confiado todos sus secretos desde que era chico: el padre Alejandro.

El cura lo escuchó por un rato, luego trató de abrazarlo usando el pretexto antiguo de tratar de confortarlo mientras lloraba. El abrazo se convirtió en otro tipo de contacto físico que implicaba al sacerdote quitándose la ropa y acariciando a su aconsejado de manera inapropiada. Miguel cuenta que él estaba literalmente «paralizado», describe una sensación muy extraña que no había sentido nunca antes y que no experimentó nunca más: no podía moverse. Además, narra su experiencia de manera muy particular, una forma que he escuchado antes con algunos pacientes (varones y mujeres) víctimas de abuso. Miguel parece haberse disociado; experimentó una reacción psicológica defensiva frente a una situación demasiado intolerable para su estado mental del momento, el cura le hizo mucho daño, aunque no pudiese probarlo con ninguna evidencia física. Nunca más pudo confiar en el padre Alejandro, quien lo despidió luego del evento. Miguel tomó un taxi en la madrugada y se fue a su casa en silencio y con una sensación de «suciedad».

Estas cosas pasan todos los días en este país. El cura esperó a que el muchacho fuera mayor y/o que se encontrara en una situación muy vulnerable para hacer su avance sexual. Cada historia de abuso es impactante y no hay recetas mágicas para sentirse mejor luego de haber pasado por una situación así. Miguel fue a tratamiento de psicoterapia durante años luego de lo sucedido, mejoró mucho, pero cuenta que su confianza en el terapeuta fue una de las cosas más difíciles de conseguir (y nadie puede culparlo), incluso luego de años, y de haber mejorado de manera muy marcada, todavía dice tener dificultades para confiar en otros. Le agradezco infinitamente su confianza en mí y el honor de haberme elegido como vehículo para ejercer su deseo de ayudar a otros a través de contar su historia.

A los demás lectores solo puedo recordarles que sean muy críticos y cuidadosos, los abusadores están allá afuera y, aunque no es necesario ser paranoides de la noche a la mañana y pensar que todos quieren hacernos daño, también es importante que los seres humanos estemos parados en la realidad y sepamos elegir y cuestionar bien nuestras relaciones de amistad, pareja y demás. En especial las relaciones terapéuticas poseen límites que no deben ser sobrepasados, no importa cuál modelo terapéutico se siga, no hay excusa para ciertos tipos de transgresión. Por eso no estoy de acuerdo con la práctica de algunos psicólogos y psiquiatras allá afuera, hay diferencias abismales entre comprender y explicar los afectos del paciente y satisfacer los deseos de un terapeuta perverso que busca usar a sus pacientes para algo que no se atreve a vivirse en su vida personal.

Tengan mucho cuidado.