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Cuando era niño los dibujos animados que pasaban en televisión eran muy distintos a los actuales, aquellos lidiaban con temas del desarrollo, ayudaban a pensar o enseñaban lecciones de vida. En aquella época había una serie animada sobre una niña que se metía en problemas y salía de ellos con la ayuda de sus amigos, siempre aprendiendo algo en el proceso. Sus problemas, como ya supondrán, no eran catástrofes sobrenaturales y no se daban en escenarios apocalípticos, sino que eran situaciones del día a día de cualquier niño o niña de la época. La «pequeña Lulú» podía salir airosa de cada situación y sus amigos representaban distintas clases de niños en muchos lugares del mundo. Uno de sus amigos, en particular, era el orgulloso Toby, un chico regordete y a veces malhumorado que, junto a los demás chicos varones, se reunía en su casa del árbol. Lo especial de este club era que niguna niña era bien recibida, era un lugar exclusivo para varones.

Hace unos días, conversando con un paciente, el recuerdo de Toby vino a mi mente al hablar de esa sensación común a muchos varones homosexuales de no pertenecer o de no ser bien recibidos en la comunidad de hombres. He escuchado a muchos hombres gay contar sobre esa sensación y cómo a veces no están del todo cómodos con la forma en que los varones heterosexuales se relacionan entre sí o incluso con como se comunican con otros hombres más allá de la orientación sexual.

Durante la infancia el proceso de socialización suele verse caracterizado por una tendencia de las niñas a emplear la palabra, manifestar afecto y practicar comportamientos de protección como jugar con muñecas y tener «juegos de niñas” que comparten con sus compañeras. Al mismo tiempo, los niños suelen estar en su mayoría orientados a la actividad física y se socializan con sus compañeros a través del contacto físico, la competencia deportiva y algunas formas menores de agresión. El hecho de que esto haya sido así durante mucho tiempo y que lo enseñen en los libros de texto en las universidades no necesariamente significa que sea un comportamiento con una base evolutiva y, de la misma manera, no hay forma de saber en este momento de la historia cuanto de esas conductas es algo promovido por la sociedad y cuanto posee bases orgánicas (biológicas).

Lo que sí sabemos es que los niños y las niñas suelen pasar por un período que los psicoanalistas llaman “latencia” en el cual la sexualidad genital se detiene y el interés en personas del sexo opuesto suele desaparecer, incluso hasta verse como desagrado por quien no pertenezca al propio sexo. Se teoriza que esta etapa, usualmente entre los 6 y los 12 años, se da de manera natural y es necesaria para dar oportunidad a los niños de aprender a socializar y avanzar en otras áreas del desarrollo como la relación con los pares, las capacidades físicas, coordinación motora de distintos niveles, procesos cognoscitivos y emocionales, identificación con el grupo de pares y demás. Es en esa época que los varones se agrupan entre sí y desarrollan esa forma de comunicación tan característica que incluye manifestaciones de cariño envueltas en una capa de agresión menor que les permita, al mismo tiempo, no estar tan cerca. Es “cariño masculino”, si se quiere y es como jugar al béisbol, si no lo aprendiste en esa época puede ser complicado que te unas a una liga después porque será como no hablar el idioma.
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Aunque no les sucede a todos, muchos varones homosexuales, sobre todo aquellos que se sintieron distintos a sus compañeros desde pequeños o tenían esa flotante sensación de “no encajar” desde la primaria, reportan no sentirse cómodos al ser adultos al estar sumergidos en un ambiente dominado por varones heterosexuales, sobre todo porque muchas cosas suelen estructurarse en base a estos y, por lo tanto, se expresan con un lenguaje que el hombre homosexual no domina bien o que puede utilizar pero a causa de un esfuerzo mental considerable. Otros hombres homosexuales reportan sentirse muy cómodos con esa socialización y tienen, más bien, problemas con el lenguaje y la forma de socialización entre varones gais. Es importante dejar esto claro porque en cuanto a esto también hay diversidad.
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De alguna manera tocaría preguntarse si los hombres (homos, heteros y bis) hemos construido nuestras propias “casas del árbol” de las cuales excluimos a todos aquellos que no sean como nosotros. Ya no solo hablamos de mujeres sino de varones que no comparten nuestra orientación. ¿Tienen las mujeres un funcionamiento similar? ¿Es esto algo que heterosexuales y homosexuales hacen (hacemos) por igual? Después de todo, pareciera a ratos que la forma de comunicación entre varones homosexuales es difícil de comprender para el hombre heterosexual y viceversa.
Tal vez todos tenemos nuestros clubes, tal vez el compartir orientaciones similares nos reúne como lo haría cualquier otra característica y, como tal, promueve que se desarrolle un lenguaje y un entendimiento basado en esto, algo que tal vez es difícil de compartir con quien no posee dicha característica. Tal vez todos tenemos casas en árboles diferentes. De cualquier manera tocaría recordar que todos vivimos en el mismo bosque y que, como tenemos una gran variedad de características más allá de nuestra sexualidad, quizás lleguemos al punto en que, de vez en cuando, podamos visitar los clubes vecinos y sentirnos como en casa.