No sé a ustedes, pero cuando yo era niño, me enseñaron que «el closet» es el lugar de la casa donde uno guarda cosas importantes de uso diario, pero que no están empleándose en el momento. Los zapatos que no usarás ese día, la ropa para que no esté regada por ahí, tal vez algunos objetos sin uso inmediato, o cosas que sencillamente «no deben estar afuera».

Pero resulta que dentro del paquete de términos y conceptos que vienen con lo de la homosexualidad, el «closet» adquiere la propiedad de contener dentro a un ser humano completo o, al menos, algunos aspectos del mismo. ¿Será que esos aspectos «no están en uso» y por eso se guardan también en el closet?

Volvemos al asunto de si la gente puede apagar y encender su homosexualidad. La orientación sexual no es algo que se active o se desactive, mucho menos algo que se quita y se pone como una pieza de vestir. La orientación sexual acompaña al ser humano cada minuto de cada día de su vida (después que se instaura, por supuesto) y es imposible de dejar a un lado.

Pero resulta que el famoso closet no sólo sirve (como dice Marina Castañeda en su libro) para esconderse, sino para que la sociedad guarde lo que no quiere ver. Así que la experiencia de estar en el closet, por voluntad o a la fuerza, es permanente en el mundo homosexual por una sencilla razón: la sociedad siempre tenderá a adjudicar una orientación sexual heterosexual por defecto, es decir, de forma automática. Quien no sea heterosexual y se encuentre en una situación nueva, con gente desconocida y demás, es probable que experimente una falta de resonancia en el medio respecto a su orientación sexual.

A la gente heterosexual que está leyendo en este momento, imaginen que entran a una tienda X y alguien de su mismo sexo trata de seducirlos para venderle algún producto. ¿Cómo se sentirían? Algunos pueden sentir molestia, incomodidad o hasta verlo jocosamente y reírse. Pero todas esas reacciones provienen de un hecho común: quien vende estaría haciendo una lectura equivocada de la orientación sexual de su cliente.

Bueno, imaginen ahora lo que vive cada persona homosexual (quiera comunicar o no su homosexualidad) cuando el sistema presupone que es heterosexual. Desde los médicos en consulta hasta los encuestadores del censo, desde los compañeros de clase o de trabajo hasta los padres y familiares. El sistema parece empujar a mucha gente homosexual a comportarse como heterosexuales, no hacia vivir una homosexualidad sana y, esto se da, en parte, porque percibir la presencia homosexualidad produce una confusión en el sistema, el cual se ve amenazado por la existencia de un grupo bastante numeroso de personas que no viven como se espera. El que debe cambiar es el sistema, no la existencia del homosexual.

Ahora bien, hay quien sabe que es gay, lo reconoce para sí mismo, no lo comenta más que a algunas personas (incluyendo sus parejas por razones obvias) y vive con ansiedad ante el fantasma de que otras personas se enteren sobre su orientación. Este tal vez sí sería un homosexual «de closet», como se dice. Estas personas pueden tener bastantes dificultades para llevar una vida tranquila y placentera, pueden tener parejas del sexo opuesto, engañarlas y hasta casarse con ellas y tener hijos que sirvan como pantalla para cubrir sus verdaderos impulsos, deseos o sentimientos. Esto es un problema, sobre todo si los terceros (hijos, esposa, etc.) acaban lastimados.

Para resumir: el closet no es solo un asunto del homosexual, sino también de la sociedad en conjunto, y no me parece que alguien sea «oculto» o «de closet» a menos que se viva ansiosamente la idea de que conozcan su orientación sexual. Si no se lo vive así y las personas a su alrededor no lo saben, entonces no es que el sujeto se oculte, sino que no lo anda diciendo y está en todo su derecho.