«El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde», de la autoría de Robert Louis Stevenson, cuenta la historia fantástica de un hombre serio y correcto, seguidor de todas las normas sociales y leyes, agradable y en extremo amable, quien siendo un hombre de ciencia desarrolla una fórmula con resultados que él mismo no pudo sospechar. La historia está situada en el Londres del siglo XIX, con faroles en las calles de ladrillo y carruajes tirados por caballos.

Jekyll, el acaudalado científico, mezcla algunos elementos con un polvo comprado a su boticario y, como resultado, su cuerpo cambia radicalmente, así como su estado emocional y su personalidad. Se volvió grotesco, pequeño y malvado. Asumió el nombre de Hyde. La personalidad de Hyde era completamente opuesta a la de Jekyll y el autor de la historia propone una especie de diálogo entre ambas partes de la misma persona, mostrando cómo Jekyll, aún siendo un hombre «correcto» y que satisfacía todas las expectativas de los demás, guardaba dentro de sí una veta oscura que fue suprimida por tantos años que al ser liberada, se volvió incontrolable. No les contaré el final de la historia pero sí les invitaré a conseguir una copia y leerla, es literatura universal.

Pensaba yo en la historia de Jekyll y Hyde luego de haber cenado hace un par de noches con Juan, un amigo mío quien, siendo homosexual, me contaba su dificultad para decirle a sus padres sobre la naturaleza de su sexualidad. Con esto no quiero decir que ser homosexual sea ser como el Sr. Hyde (grotesco, pequeño y malvado) sino señalar que, en el caso de Juan (sí, su nombre es ficticio) su vida homosexual está por completo separada de su vida familiar, laboral y social. Claro que no es necesariamente así, puesto que la sexualidad, como ya hemos visto, penetra todas las capas de la vida de un individuo y no hay forma de «dejarla fuera», pero muchas personas como Juan intentan conscientemente mantener dos vidas separadas, la que todo el mundo ve y que cumple con los estándares esperados y la vida homosexual que viene completa con un pack de amigos(as) gays, pareja y la dificultad que conlleva la escisión personal (la membresía al gimnasio, las camisas ajustadas y las sesiones de terapia se venden por separado).

Ya es suficientemente difícil tener una vida familiar separada o ignorante de la propia sexualidad, siendo que la sexualidad es natural a la vida de todas las personas. Pero es todavía peor poseer una orientación homosexual o bisexual y negársela uno mismo. Eso, mis amigos, es la receta perfecta para la neurosis. En efecto, sería como mirarse al espejo mientras se usa una máscara. Y debo decirles que la neurosis deprime, da ansiedad y crea todo un sinnúmero de problemas, síntomas y malestares que no quieren tener y que, si los tienen, entonces deben conseguir aquellas sesiones de terapia que se venden por separado porque su salud está en riesgo.

Espero que Juan resuelva su conflicto. Creo (y se lo dije) que se acerca para él el famoso momento del «coming out» o la «salida del closet», aunque no me guste del todo esa expresión.

Es interesante porque, muchas personas piensan que solo aquellos con una orientación distinta a la heterosexual deben «salir del closet y admitirse», pero lo cierto es que todos (homos, heteros, bis, lesbianas, transexuales, negros, chinos, rojos, blancos, judíos, cristianos, musulmanes, de izquierda, de derecha, etc.) tenemos cosas que descubrir de nosotros mismos que pueden tener o no que ver con nuestra sexualidad. Grandes personajes a lo largo de la historia han concluido que una de las tareas más importantes del humano es conocerse a sí mismo y, añadiría yo, admitirse a sí mismo. Admitirse a uno mismo es crucial para vivir sano, admitirse ante los demás puede ser sano o no dependiendo de cada caso.

Que estén bien,