Me sucede a cada rato, aunque no siempre: la gente llama, pide una cita por teléfono y todo bien. Cuando llegan a la consulta, algunos de ellos ponen un gesto raro y luego preguntan «¿Cuántos años tiene usted?». En ese momento pienso que todavía tengo «los colágenos a mi favor», como dice una ex-compañera de universidad que parece no envejecer, y respondo con el señalamiento que venga al caso, dependiendo de la necesidad que potencia la pregunta de mi interlocutor.

Me sucede a veces que cuando estoy dando una clase tengo que decir algunas cosas extra para que los estudiantes me reconozcan como el profesor. Es muy curioso cómo reaccionan las personas ante la juventud que me queda. En el fondo, gracias a la cultura en la que hemos crecido, todos valoramos mucho la juventud, la cual está muy asociada a la salud, la fuerza y todas esas cosas por las que decimos no preocuparnos pero que todos deseamos conservar. Pensaba yo que una parte de la comunidad de varones homosexuales (no sé si es así con las lesbianas, pero me parece que no tanto) está obsesionada con el gimnasio y pareciera que todos los días se llenan los clubes deportivos con hombres corriendo sobre caminadoras, como quien practica para ser gente. Gente corriendo hacia ningún lugar. Lo anterior no es una crítica destructiva… yo mismo participo en esos maratones un par de veces por semana.

Mi cara redonda y mi falta de barriga me hacen ver más joven que mis coetáneos, en esta época todos tienen barrigas cerveceras y fotos carnavaleando. Yo nunca he tenido interés en esas cosas. Lo fuera de forma que puedo estar se debe más que nada al crecimiento normal de la edad (y al sufflé de maíz delicioso que me encanta) pero mucha gente sigue preguntando si tengo 25 años. Supongo que eso es bueno, excepto cuando tus estudiantes tienden a verte como uno más del grupo y no como al profesor. Es entonces que tengo que abrir la boca y soltar un par de términos técnicos que los dejen saber que no somos iguales, lo cual hace que regresen a su silla en lugar de venir hacia mí, tratar de abrazarme y conseguirme una cita amorosa con una de sus hijas (créanme, ya lo han hecho en más de una ocasión y es muy molesto cuando eso sucede, apuesto a que nadie se imaginó que eso me sucedía).

Mi profesor de ética en el Doctorado solía decir «Anteriormente los doctores usaban ropas especiales para que las personas los reconocieran, hoy nos vestimos como todos los demás así que nos toca que, cuando abramos la boca, el doctorado se nos note«. Al menos en mi caso, creo que tenía razón, así que es hablar bonito o ponerme una toga todo el día… claro que eso me ganaría menos respeto y posiblemente también me daría un ticket gratis al INSAM (el INSAM es el anterior Hospital Psiquiátrico).

Ahora bien, el asunto trabaja de varias formas y hay quienes dicen sentirse más cómodos hablando conmigo en consulta que con alguien «más viejo», así que para gustos los terapeutas. Por otro lado disfruto mucho de poder mimetizarme con el medio en algunas oportunidades. Pasar inadvertido le permite a uno observar algunas cosas, así que cuando estoy en jeans, t-shirt y bowling shoes la gente no repara demasiado en mí y eso me agrada. Excepto cuando voy a pedir la cuenta en un restaurante y empiezo a considerar si deberé usar mi invisibilidad para el bien o para el mal.

Por lo pronto, el único que parece percibir la caída del cabello y el enlentecimiento del metabolismo soy yo.

Es interesante, todo el mundo quiere verse joven pero si te ves más joven que ellos te irrespetan. ¿Qué le vamos a hacer? Incongruencias de la vida. La humanidad es maravillosa.