Estoy en el lugar donde me cortan el pelo, he venido, como cada cuatro o cinco semanas, y he tenido que esperar porque Eric está ocupado atendiendo a una señora.  Supongo que eso me da tiempo para escribir algo.

Nunca había reparado demasiado en esta parte del lugar, el área donde hay sofás para quien espera y revistas de hace meses atrás con mujeres demasiado maquilladas en la portada.  He notado que la revista que está sobre la pila presenta el título de un artículo importantísimo y que todo el mundo debería leer.  Sé que quien deje pasar esa información no contará con los recursos necesarios para sobrevivir en caso de guerra nuclear.  El título del artículo dice: «18 formas de llevar una bufanda».  Pues sí, concedo que estoy en una peluquería, no en la biblioteca nacional, pero echando otra mirada alrededor he notado otras cosas.  Uno de los estilistas lleva pantalones muy ajustados y que parecen no ser muy cómodos, creo que debe haberlos comprado en el área de niños de alguna tienda por departamentos.  ¿Por qué haría eso si es un hombre más alto y robusto que el promedio?  Seguramente él tiene alguna información que yo desconozco, lo más seguro es que llevar esos pantalones sea la única forma de evitar un tsunami o algo por el estilo.  Debe haberlo leído en una de las revistas de la pila, porque presentan lo de la ropa como si fuese información crucial para la supervivencia.  Debe ser algo así de importante porque esos pantalones se ven realmente incómodos.

Debo parar de escribir, ya me llama Eric para cortarme el cabello.

He vuelto, ya me cortaron el pelo.  Eric me dijo que no debo usar mucho gel para el cabello porque se me está cayendo en un área y el gel hace que se note más. «Bueno, no es para tanto… dale unos 10 u 11 años para que se te caiga» – dijo él.  Voy a extrañar mi cabello cuando ya no esté, voy a extrañar cómo se siente el viento en mi cabello cuando ya no esté.  Hace meses yo estaba buscando un lugar más cercano para cortarme el cabello, mi barbero original ya estaba medio ciego y acababa yo con unos cortes un poco más exóticos de lo deseado (hay que darle crédito, el hombre me había cortado el pelo desde niño y con su vista de murciélago se las arregló para dejar intactas mis orejas), probé un par de peluqueros más y les preguntaba sobre la caída del cabello (porque ya había notado que había empezado), pero ellos decían «¿Qué dices? Si tienes un montón de cabello… paga en el counter, gracias».  No me pareció bien que me negaran la realidad de esa forma, porque aunque no me guste cómo es, es mi realidad.  Sin embargo, cuando llegué con Eric, él dijo luego de un par de minutos «¿Tienes este problema de caída del cabello hace tiempo?», desde ahí se ganó al cliente.  Yo siempre he dicho que es más importante ser honesto que ser amable.

Pero volvamos a las observaciones.  Noté que el muchacho del counter pasaba frecuentemente detrás de la silla donde me habían sentado mientras me cortaban el cabello.  Gracias al espejo biselado tamaño familiar pude darme cuenta que el muchacho pasaba una y otra vez y que cada vez se quedaba mirando hacia acá.  «Y este qué querrá?» – me pregunté mientras me cocinaba debajo de la capa de vampiro plástica que te ponen para que no se te llene de pelo la ropa.  Al final fui al counter a pagar y el muchacho que había estado pasando una y otra vez detrás de nosotros estaba ahí, listo para hacer el recibo y recibir el dinero.  Eric le dijo mi nombre y el muchacho hizo su papeleo, me dio el cambio del dinero y combinó un tono de voz fingido con una mirada penetrante para decir «MUCHAS GRACIAS SEÑOR ÁLVARO, ESPERO QUE PASE UN BUEN DÍA».  Todo lo anterior, sumado a sus lentes de contacto amarillos que contrastaban bastante con su oscuro tono de piel, me dio ganas de reír (lo cual no hice, contradiciéndome al anteponer la amabilidad a la honestidad), agradecí y salí del lugar mientras pensaba que hay de todo en la viña de Freud.

Saludos,