Existen algunas cosas muy difíciles de cambiar, tomemos la sociopatía como ejemplo: un grupo de rasgos de personalidad que incluyen una ausencia de culpa, lo cual implica que el individuo va por la vida aprovechándose de los demás, lastimando a otros y no siente el más mínimo remordimiento. La sociopatía es parte de la personalidad de muchos criminales (no de todos, porque hay quien comete un crimen por otras razones) y varias generaciones de investigadores y terapeutas se han partido la cabeza intentando hallar formas de alterar estas indeseables características en el ser humano. Estamos hablando de individuos que tienen una necesidad primordial de romper las reglas que han sido establecidas por la sociedad para vivir en paz y éticamente.

Hay sociopatía de todos los calibres, desde el «maleante» común que pertenece a una pandilla hasta el que roba miles de dólares en su trabajo cuando tiene la oportunidad. Hay sociopatía en el narcotraficante millonario que ha hecho fortuna vendiendo veneno a los adictos, pero también se deja ver un rasgo quebrantador de las normas en el ciudadano común que piensa en «jugar vivo» para cosas tan simples como colarse en la fila del cine. También los hay psicólogos, que dan certificados de salud mental sin haber evaluado a la persona y resulta que el certificado lo querían para poder portar armas. Imaginen el peligro. Sí, sociópatas los hay de todos los niveles. También les decimos psicópatas o, más recientemente, antisociales.

Los rasgos antisociales no se limitan por identidad de género, orientación sexual, etnia, nivel socioeconómico, profesión o cualquier otra forma de segmentación social o demográfica. La expresión de la sociopatía, por otro lado, es muy distinta en cada uno de ellos. Vemos al traficante de drogas que mencionábamos antes, con un historial que incluye gente muerta debido a su «negocio», pero sin una sola gota de sangre en las manos. También está el joven moderadamente atractivo que intercambia sexo por «beneficios», ya sea con hombres o mujeres que «le prestan el carro», le ponen un apartamento o le sirven de alguna forma para adelantarse enfermizamente en la fila del cine de la vida, solo para dejarlos de lado y saltar al siguiente patrocinador una vez el anterior ya no les sirve. Hay de todo en la viña de Freud.

Lo interesante del caso es que todos los seres humanos guardamos al menos algún nivel de sociopatía. Claro, a nadie le parece que colarse en el cine y «hacerle trampa» a los demás de la fila es algo tan grave como asesinar o violar sexualmente a alguien, pero la base del comportamiento es el mismo. Ahora bien, todos hemos sentido en algún momento ese deseo de romper las reglas o brincarnos las normas, todos tuvimos 2 años de edad alguna vez, cuando corríamos desnudos por la casa huyendo de nuestros padres que querían vestirnos a la fuerza porque «uno no anda desnudo por ahí». Sí, todos pasamos por ahí en algún momento y algunos se quedaron, otros sufrieron mucho por ciertos eventos de su historia y acabaron dándose cuenta que la gente se comporta según ciertas normas pero nunca llegaron a entender esas normas o a hacerlas parte de sí, por eso no sienten culpa cuando las rompen. Los antisociales más graves ni siquiera perciben a las personas como gente, sino que los usan como objetos o como fuente de satisfacción. Mientras más antisociales seamos, más señales hay de un primitivo desarrollo psicológico. Como la sociopatía es defensiva, muchos antisociales son muy astutos y, para otros, su comportamiento es una petición a gritos por alguien que les ponga un alto, un límite… porque sus papás nunca se lo pudieron poner. Los límites en la vida son necesarios, «aunque usted no lo crea».

Ah! pero me he quedado escribiendo de la sociopatía. Un tema fascinante sin duda, pero muy desagradable cuando se estudia a fondo. Es necesario tomarse un «break» de vez en cuando si uno estudia estos temas y quiere conservar su propia salud. Sin embargo, este artículo es sobre cosas que no se pueden cambiar y está en un blog sobre diversidad así qué ¿por qué estamos hablando de sociopatía?

Porque las orientaciones sexuales tampoco se alteran así nada más. Sin embargo hay quienes sociopáticamente dicen poder cambiarlas y someten a sus atendidos a tratamientos incómodos o hasta agresivos, capitalizando en el rechazo que el atendido sienta por sí mismo y, a veces, hasta sintiendo placer al hacerle sufrir por tener una orientación sexual distinta mientras les cobran por un tratamiento que no solo NO será efectivo, sino que les aportará más sufrimiento del que tenían originalmente. También pasa con terapeutas que dicen aceptar pero que, debajo de la máscara, intentan cambiar a sus pacientes y los juzgan por ser distintos.

Hace unos seis meses, un colega terapeuta que estudio conmigo en la licenciatura (famoso en nuestros años universitarios por su actitud de «juega vivo») me decía muy soberbio que él era «uno de los terapeutas oficiales de la comunidad homosexual en Panamá» y, dos minutos después (sí, usé mi cronómetro) estaba contándome cómo se burlaba de la gente gay (también lo he visto en acción anteriormente), cuando llamé su atención sobre su incongruencia pareció sorprendido y me dijo: «bueno, pero ellos no saben que yo me burlo, o sea… eso no tiene nada que ver».

Sin más que decir, tengan cuidado porque hay de todo allá afuera.