La otra parte del proceso depende de quien recibe el mensaje y es importante porque a menos que sepamos recibir el mensaje y decodificarlo de manera adecuada, nos sumiremos en un mar de malos entendidos y suposiciones.

«¿Te quieres callar? no escucho ni lo que pienso» – escuché decir a alguien una vez, por suerte no me lo dijo a mí, pero me hizo mucha gracia porque la persona estaba en lo cierto.

Escuchar empieza con algo simple pero no fácil de hacer: cerrar la boca y hacer silencio. Cuando se hace silencio los pensamientos fluyen de manera natural y la mente empieza a asociar ideas, imágenes, y demás. A mucha gente le molesta el silencio, los pone ansiosos encontrarse con ellos mismos en sus pensamientos. Siempre he pensado que esa ansiedad tiene algo que ver con la música a todo volumen en los carros que van a gran velocidad, mientras su conductor tiene la mirada perdida. También encontramos esta ansiedad en el escándalo que se acerca a la contaminación por ruido y que viene de los equipos de sonido gigantes en varios barrios de Panamá, mientras sus habitantes ahogan sus dificultades en alcohol. Ponernos en contacto con nuestra realidad personal puede ser difícil a veces y la gente hace de todo por callar esa voz interna que les recuerda sus preocupaciones.

Sí, escuchar es todo un arte y empieza por el silencio, por eso los terapeutas (al menos los analíticos) somos tan callados en sesión, para que los pacientes tengan un espacio para pensar. Los terapeutas analíticos solemos romper nuestro silencio solo para hacer algún señalamiento que consideramos muy importante o para lanzar una interpretación producto de nuestra escucha atenta. Nuestro silencio no sólo le permite al otro expresarse, sino que nos permite a nosotros mismos escucharle y asociar toda la información que vamos recibiendo en una película con sentido sobre la vida del otro, nuestros señalamientos e interpretaciones provienen de ver esa película pasar en nuestra mente, mientras hacemos silencio y escuchamos.

Sí, si la gente escuchara como es necesario mis colegas y yo no tendríamos trabajo, mi profesión no sería necesaria… y el mundo sería un mejor lugar para vivir.

Pero volvamos a lo de la escucha, la escucha real tiene algunas características importantes, no basta sólo con hacer silencio, eso de ninguna manera es suficiente. Para escuchar no solo debemos hacerlo con nuestros oídos sino con nuestro cerebro, con nuestros afectos y nuestra razón. Escuchar implica poder leer claramente las emociones ajenas y poder reconocerlas, porque a veces la gente no sabe lo que siente o cree que siente algo cuando en realidad siente otra cosa. Es importante poder saber lo que siente el otro y no confundirlo con lo que siente uno, esta es una de las tareas más difíciles de lograr para muchos terapeutas en entrenamiento, separarnos de nuestra realidad para adentrarnos en la del otro es todo un ejercicio empático y, para lograrlo, uno debe estar moderadamente sano, tener una capacidad de tranquilizarse a uno mismo y ser capaz de escuchar al otro y a uno mismo a la vez. Es decir, uno debe tener un grado determinado de salud mental. Por eso un buen terapeuta trata de tener relaciones familiares, amistosas y de pareja saludables, ir a terapia por tanto tiempo como sea necesario y regresar si siente alguna complicación muy difícil de manejar, porque para poder escuchar uno debe ser escuchado.

Escuchar, entonces, se trata de

  1. Hacer silencio.
  2. Guardar una distancia prudencial entre nosotros y nuestra propia realidad de vida.
  3. Acercarnos más a la realidad de vida del otro y a sus afectos.
  4. Saber la diferencia entre nuestros contenido y los del otro.
  5. Poder reconocer lo que el otro siente (decirlo).
  6. Seguir haciendo silencio y empezar otra vez.

Aunque la práctica mejora el buen ejercicio de la escucha empática, quien crea que hacer esto es sencillo seguramente no lo está haciendo bien. Por eso las relaciones sanas son tan importantes para nosotros, porque han significado que hemos hecho el esfuerzo descrito en esta entrada de manera frecuente, hay mucha concentración y energía puesta en todo este proceso. Y sí, el corolario que se desprende de esto es que un buen terapeuta acaba sintiendo cariño por sus pacientes.

Que estén bien.