– «¿Ellos están abrazados?» – preguntó la mujer a su esposo al entrar al restaurante donde mi mejor mitad y yo estábamos sentados. Mi brazo descansaba sobre los hombros de él mientras hablábamos y esperábamos la comida.
– «Sí, ellos quieren que los vean para…» – respondió el esposo, pero se giró y no alcancé a escuchar el fin de la oración.

De ahí en adelante y, luego de tomar una mesa, la pareja se dedicó a girar para mirarnos constantemente. Su actitud me hizo pensar que estaban nerviosos. El esposo se levantó varias veces de la mesa, dejó caer alguna cosa, nos miraba y retiraba la mirada cuando hacíamos contacto visual. Mi otro significativo estaba muy molesto, yo también, pero también me sentí triste y discriminado.

Aclaremos el asunto, solo estábamos sentados un poco más juntos de lo que normalmente se sientan dos varones de esta cultura. Hablábamos y la verdad estábamos muy cómodos; nada que no hayamos hecho antes en ese y en otros lugares. Pero esto aparentemente llamó mucho la atención de esta pareja, quienes, por un rato, no paraban de mirarnos y hacer algunos comentarios entre ellos.

Aquella fue una situación muy incómoda y nos llevó a una conversación sobre cómo ser un hombre homosexual en esta cultura es tolerado por los demás siempre y cuando seamos el personaje cómico de quien burlarse en la televisión, el amigo gay que siempre está de fiesta, el estilista a quien visitan una vez al mes, etcétera. Sin embargo, en el momento en que nuestra sexualidad realmente aparece frente a ellos en formas tan inocuas como un abrazo, una mano sobre la otra o una proximidad poco común, la ansiedad los invade.

En psicoterapia sabemos que la ansiedad no es más que el temor a perder algo. Hoy me sentí como un animal de circo y me pregunto, como tantas otras veces en mi vida: ¿Qué temen perder? ¿Qué los pone tan nerviosos?