No es un secreto que el tema de las identidades está dando vueltas por la cabeza de su psicólogo favorito todo el tiempo.  En el fondo, todo se resume a las identidades… ya saben, aquello de «conócete a ti mismo».  Y la forma en que la gente se inventa y reinventa a sí misma es interesante de observar como fenómeno creativo.  Después de todo, la creación última de cualquier persona es su sí mismo, su identidad final como una obra de arte que toma toda la vida en ser terminada.

Con todo el asunto de las identidades y la recién pasada celebración del Pride (por cierto, Feliz Pride a todos) me llegaron algunos artículos sobre lo ocurrido en las distintas celebraciones de la diversidad en varias ciudades del mundo.  Pero más que eso, lo que llamó mi atención fue que algunos encargados de dirigir las actividades en otros países tenían nombres extraños, demasiado elaborados y en uno que otro lugar mencionaban que algunos de estos encargados eran travestis.

Mis engranajes empezaron a dar vueltas otra vez y mi mente saltó a las historias de «nicknames» en internet y cómo, desde el inicio del internet y los «chat rooms», la gente se coloca nombres falsos que representan en alguna medida aquello que consideran importante.  Un amigo me contó una vez que había conocido a este «amigo» online y que luego se dio cuenta que era la misma persona con varios nombres y jugando papeles diferentes.  La gente se crea a sí misma.

demon framed Los nombres y sobrenombres que nuestros padres nos dieron tienen comúnmente todo un peso en términos de expectativas y valencias de un tipo u otro.  Siempre me ha gustado preguntar a mis estudiantes las historias detrás de sus nombres y ponerlos a pensar cuáles son las expectativas, qué querían lograr sus padres con la colocación de esos nombres específicos.  Me gustaría que ustedes lo pensaran también.

Para ser justos, como siempre hago con mis estudiantes, les comparto algo de mi historia:  En mi familia hay muchos varones y los nombres masculinos están usados casi todos, hay muchos Juan, Luis, Erasmo, Pedro, Horacio, Carlos, Julio, etcétera.  Cuando me tocó arribar al mundo, toda mi familia, varones y mujeres, hermanos, papás, abuelos y abuelas, tías, tíos y demás se dieron a la tarea de buscar un nombre que nadie hubiese llevado antes en la familia.  Al preguntar el por qué de este ejercicio, todos dicen siempre lo mismo: queríamos que fuera diferente.

Supongo que, desde antes del nacimiento, la expectativa para mí era ser distinto.

Créanme, no quieren saber cuál ha sido mi apodo en los últimos años.