«Álvaro, era muy tenso, la gente no se decía ni buenos días… todo el mundo con miedo en ese ascensor» – Me decía una amiga sobre su primer día de regreso a la oficina – «Esto va a ser muy diferente».
«No me importa si abren los lugares, yo no voy a salir de mi casa como en dos años, no tengo nada que hacer afuera» – Me dijo un amigo en otra conversación.
«¿Sabes? Yo me he dado cuenta que no tengo que regresar ¿para qué exponerse? Yo puedo trabajar por videollamada para siempre, además es muy cómodo» – fue el comentario de una colega al hablar sobre hacer terapia en línea.
En Panamá algunas oficinas están retomando labores y, luego de casi tres meses de cambios semanales a las medidas de seguridad para evitar más casos de COVID19, las autoridades de mi país han decidido eliminar la cuarentena obligatoria a partir del próximo lunes.
Áreas públicas se han abierto, podremos asistir a parques y en general ir al supermercado con mayor tranquilidad, sin el apuro de tener que terminar todo y volver a casa en el período de 2 horas que nos daban hasta el momento según nuestro género y el número de identificación.
Las quejas por estos recientes cambios no se han hecho esperar. La población parece no estar contenta con las restricciones, pero tampoco con la eliminación de la cuarentena sin ninguna otra indicación. Si me preguntan a mí, ambas quejas tienen razón de ser.
Por un lado la salud mental de las personas ya no tolera más el encierro (quisiera usar otra palabra pero «encierro» representa mejor la sensación de muchos consultantes) así que salir se convierte rápidamente en una necesidad. Por otro lado, salir luego de tres meses de cuarentena viene con una nueva versión de la incertidumbre original ¿será que enfermaremos esta vez?
Esta suerte de incertidumbre colectiva, vivida en silencio por muchos está presente en exceso e impide ver las cosas con claridad, al igual que salir de un lugar muy oscuro nos enfrenta a la luz cegadora del exterior. ¿Es la otra persona un portador del virus? ¿Es cada ser humano un peligro potencial? No hay forma de saber a simple vista. Permanecer en casa para siempre seguramente es una idea muy tranquilizadora.
La incertidumbre genera ansiedad y esta nueva incertidumbre genera una ansiedad actualizada para la nueva etapa que vivimos. El estado de hipervigilancia característico se da por sentir que el otro puede ser peligroso.
¿Qué podemos hacer?
La ansiedad puede lidiarse de distintas formas y, al inicio de la cuarentena, recomendamos mucho a las personas generar rutinas y tener horarios separados que facilitaran la sensación de control, ya saben, manteniendo la mente en el presente.
Pero en este nuevo contexto y en medio de la incomodidad de mascarillas y distancia, la incertidumbre no está en el futuro sino en el presente, no se trata de no saber qué pasará sino de no saber si la persona que está a nuestro lado podría contagiarnos. Así que permanecer en el presente no se hace esta vez para distraernos del futuro y evitar que nuestra mente vague por un multiverso de posibilidades. Esta vez permaneceremos en el presente para recordar por qué son importantes las mascarillas y la distancia, reconociendo estas medidas como formas de mantenernos a salvo incluso en presencia de los demás.
Sin las restricciones impuestas por el gobierno necesitamos echar mano de nuestra capacidad para regularnos emocionalmente más que antes, saber por qué hacemos lo que hacemos y retornar al individuo y su responsabilidad para consigo mismo y con los demás. La añorada libertad del fin de la cuarentena no es tal. La libertad no la da la falta de restricción de movilidad sino el ejercicio de esa movilidad con responsabilidad. No se trata de «ahora podemos salir cuando queramos, vamos!», sino de «ahora podemos salir cuando queramos, depende de mí hacerlo de manera segura y cuando realmente sea necesario».
Las mascarillas y la distancia física son medidas molestas, principalmente porque el ser humano es social por naturaleza (incluso los llamados introvertidos requieren ver gente de vez en cuando) y la crisis del COVID19 nos ha hecho apreciar elementos básicos de la comunicación humana que antes dábamos por hecho, como la sonrisa y demás gestos, el contacto físico y la compañía de propios y extraños. Las medidas que aún conservaremos y que nos convierten en entes sin rostro en medio de una multitud de similares limitan nuestra expresión espontánea con tal de salvar nuestras vidas y las de los demás. Esa interrupción en la comunicación no ayuda a tranquilizarnos así que nos toca hacer un esfuerzo extra en recordar una realidad que no ha cambiado: no somos entes sin rostro, somos personas (muchas ansiosas o asustadas) detrás de estas mascarillas, recordemos eso al volver a salir.
Dr. Alvaro