Luego de un momento tenso que me hizo cuestionarme algunas cosas sobre la postura de espera que tengo muchas veces en la vida he decidido utilizar el resto de la tarde para hacer algo que siempre disfruto hacer: escribir. Que dios (la minúscula es intencional) bendiga al inventor de las computadoras portátiles y qué suerte que llevaba la mía cuando esta urgencia de escribir ha tomado forma. Así que estacioné mi auto en uno de esos lugares donde venden bebidas cafeinadas con nombres que no me he tomado el tiempo de aprender, ofrecen internet inalámbrico y el ambiente huele a rollos de canela. Aquí, en medio de un suburbio creado lejos de la ciudad, decidí pasar un par de horas para expresar mi sentir actual.

Bajé del auto, tomé mi computador y entré (nota: mi humor no es el mejor, me invade la tristeza y eso usualmente hace que esté muy vulnerable a los ataques ajenos). Solo cruzar la puerta y escuché al gerente del lugar terminar una broma con el chico de la caja y la joven que prepara el café.

  • ¡Eso es una gayzada! – dijo el gerente y los tres rieron a carcajadas. No había clientes en el lugar.
  • ¡Fantástico! – pensé – buena bienvenida, esto no es lo que necesito en este momento.

A veces no me reconozco a mí mismo. En otro momento de mi vida habría analizado el comportamiento del gerente y los dependientes y habría dicho algo sarcástico como “ya bájense de la rama”. Hoy día he tomado esa agresión en silencio y he dejado que contribuya a mi falta de esperanza. Pero ¿Por qué? ¿Qué ha cambiado conmigo?

Estoy cansado. Cansado de ser un ciudadano de segunda clase o, al menos, de ser tratado como uno. Desde la entrada anterior el tema de cuántas expresiones de afecto son demasiadas está rondando mi cabeza y, para ser honesto, me entristece mucho pensar que cuando estás enamorado no deseas tener límites en tus expresiones, nunca te parece haber dado demasiado y, al mismo tiempo, nunca te parece haber recibido suficiente. Así que, aparte de las reglas básicas de convivencia y de mantener la privacidad de la vida en pareja para momentos más íntimos, me permito responder la pregunta que lancé en la entrada anterior.

  • “¿Cuánto es demasiado?”, “How much is too much?”

Pues creo que hay circunstancias en la vida en que demasiado nunca será suficiente. No sé si les ha sucedido pero, gente, a veces uno tiene esa sensación de que “too much is never enough”. Sucede con las adicciones y sucede con el amor, ese maravilloso estado afectivo al que todo ser humano aspira llegar (incluso si no lo sabe) y que, cuando lo consigue, teme expresarlo por vergüenza. Las contradicciones humanas son siempre comida para el pensamiento.

Hace varios años mi proceso personal llegó a ese punto en que uno decide que se quiere a sí mismo como es y que no va a vivir enmascarado nunca más solo para mantener el supuesto amor de otras personas (en el trabajo, en la familia, en la escuela, en la pareja, da igual). En ese momento me prometí a mí mismo que nunca más me pondría una máscara. Nunca más.

Pero, hace meses que lucho conmigo mismo. Lucho para resistirme a contestar los ataques del medio. Lucho para seguir siendo honesto conmigo y con los demás, para ser expresivo y más auténtico cada vez. Y lucho para esperar, desde mi punto del proceso, a que el proceso de los demás me alcance. Pero esperar es tan agotador y produce tanta incertidumbre.

Y sí, digo lo siguiente sin la menor gota de modestia: no soy perfecto, nunca lo seré, pero sí soy veloz, siempre lo fui, soy responsable y comprometido, y busco la verdad y la salud y no perdí demasiado tiempo teniendo una vida doble. Yo fui honesto desde muy temprano en mi proceso. De alguna forma siempre supe que sería lo más sano. Yo corrí a través de la vida y por el bosque oscuro de mi inconsciente hasta llegar al punto en que estoy hoy. Yo me construí a mí mismo y mandé a la mierda a quien me dio a entender que me quería siempre y cuando no fuera gay, escupí la cara de quien citó una religión antigua para justificar tratarme como ciudadano de segunda clase y me enfrenté al endeble concepto de dios que tiene la mayoría de la gente. Tuve discusiones muy elevadas con quien se atreviera a devaluarme solo porque soy distinto. Nadie pudo contra mis argumentos (porque son ciertos) y con tiempo y trabajo me hice un hombre y un nombre y estoy orgulloso de quien soy. Lo que piensen los demás no me importa demasiado, tuve que dejar ir a mucha gente (familiares, amigos y amores) porque me resistí a ser aceptado solo de manera parcial o a vivir en la sombra para guardar las apariencias. Soy veloz, siempre fui impresionante para todos mis mentores, peligroso para mis competidores e incomprendido por quien no ve más allá de sus narices. Y lloré durante todo el proceso, porque no es sencillo ni placentero, sobre todo cuando lo haces solo, pero sobreviví y me quiero más a mí mismo que cualquiera que tenga una vida doble o que acepte los abusos de los demás solo porque vienen disfrazados de cariño.

Es como lo que canta la bruja verde en aquel musical que nadie comprende por qué me gusta tanto:

  • “Too long I’ve been afraid of losing love I guess I’ve lost. Well, if that’s love, it comes at much too high a cost.” (Por demasiado tiempo he temido perder un amor que tal vez ya he perdido. Pues, si es amor, el precio es demasiado alto).

Todos los seres humanos (los que ya nos bajamos de la rama) luchamos en el duro camino hacia la mayor autenticidad, para encontrar la verdad, nuestra verdad, nuestra salud. Porque hasta las religiones organizadas (de las cuales saben que no soy muy fanático) reconocen que la verdad nos hace libres y, en este contexto, libertad es solo otro término para autenticidad y salud.

Hoy día siento que hay momentos en que me veo forzado a enmascararme, a vivir en la sombra, sobre todo porque resistirme a hacerlo podría poner en peligro un nuevo vínculo importante. ¿Estoy haciendo lo mismo que hacen otros? ¿Estoy traicionándome a mí mismo?

He sido rechazado y tratado como ciudadano de segunda clase, como menos importantes que mis equivalentes. Pues es el momento de despertar una vez más. Este es el momento en que mi tristeza se cubre de rabia, el momento en que esa vocesita dice en mi cabeza “Al diablo con todos, no podemos darle tanto control a un puñado de ignorantes solo porque ellos creen que están en lo correcto. Es hora de mostrarles su propia ignorancia sin importar si están listos para verla o no. Es hora de sobrecargar sus mentes y que experimenten el dolor de ver la realidad igual que nosotros experimentamos el dolor de vivir en la sombra». Somos demasiados como para dejarnos amedrentar de esa forma. Es hora de responder y de hacerlo de manera inteligente, sin armas, sin revueltas. Una verdadera revolución sin manos que empiece en cada hogar, en cada mente, en cada acción. Porque, después de todo, no todos tenemos el estómago para vivir en una burbuja.


«I hope you’re proud how you would grovel in submission to feed your own ambition»