En 1999 murió mi padre. Su muerte fue producto de un accidente de auto mientras se dirigía a su tierra en la montaña, una camioneta lo embistió por detrás y el pick-up truck en el que viajaban su hermano, un amigo y él fue a dar al barranco. Este mes se cumple un aniversario más de aquel accidente que cambió la vida de la familia.
Mi padre no fue el mejor padre, nisiquiera fue un padre promedio. Aunque podrías decir que tenía un buen corazón y que era muy dado a poner los intereses ajenos antes que los propios, también poseía esta tendencia primitiva, no refinada, hacia la violencia. Papá era un hombre abusivo, físicamente maltratador y verbalmente agresivo e hiriente. Parecia a veces que quería hacerlo bien como padre pero no sabía como. Yo podría enumerar muchas excusas y decir cómo su padre tampoco fue el mejor padre y todas esa cosas que los psicólogos decimos hoy día y que, de alguna manera, explican el comportamiento malsano de las personas, pero no lo haré. Mi padre era un adulto y debió comportarse mejor a pesar de sus circunstancias. Es fácil pensar de esta manera cuando se trata de alguien cercano que nos lastima, cuando no es la vida de otra persona la que observamos.
Pero no quiero perderme en mi pensamiento tangencial, y lo cierto es que no todo era malo. Papá era ingenioso, fuerte y tenía un sentido del humor que reconozco en mí mismo hoy día y me encanta. Teníamos algunas rutinas, las salidas a comer cuando era yo muy pequeño por ejemplo, o cada vez que llegaba a casa y yo lo sabía desde que doblaba la esquina de la calle por el sonido tan característico del motor de su auto. Escucharlo era la señal para salir a abrir el portón de la casa y dejarlo entrar. Durante años hice esa labor.
Lo extrañé mucho cuando murió, sobre todo porque finalmente empezamos a construir una buena relación un año antes de su muerte. La vida no es justa, como bien dicen por ahí. Fue como tener mucha sed durante horas, finalmente conseguir un vaso gigante de agua, tomar un trago y que alguien te empuje y te haga soltar el vaso solo para ver el agua caer y perderse entre la tierra. La sed permanece, igual que la sensación de haber tenido (y perdido) ese algo que la habría eliminado.
Un día escuché ese motor acercarse a la casa mientras leía algún libro para la universidad. Salté de donde estaba y corrí para abrir el portón y dejar al auto pasar, al cruzar el comedor me detuve de golpe y, de pronto, el sonido del motor ya no estaba. No sé bien si ese sonido tan característico fue real o un producto de mi deseo, pero ya no importaba. El entierro de papá había sido un par de semanas atrás.
Fue en ese momento que me di cuenta que él no volvería, que necesitaba empezar a incorporar la idea de que ahora las rutinas no se darían más, fue en ese momento que noté el vacío inmenso y desesperante, ese hoyo negro succionando todas las posibilidades, las expectativas, los planes, las respuestas futuras a preguntas que nunca le podría realizar y que solo formularía para mí mismo en etapas posteriores de la vida… la vida. Tuve que detenerme, sentí mi pecho apretarse y mi cerebro concentrarse en las sensaciones más básicas que siempre daba por hecho: mis pies tocando el piso, el balance de mi cuerpo para no caer, el aire entrando lentamente en mis pulmones. Fue como estar en cámara lenta por un rato, absorbiendo la experiencia, cambiando los escenarios futuros en mi mente, reiniciando el sistema para funcionar con un nuevo componente recientemente instalado. Él ya no estaba, y no estaría más.
Pasaron años para que lo reconociera en el espejo por momentos a medida que me hacía un hombre, pasó más tiempo para poder reconocer en mí aspectos suyos que me acompañan.
Mi padre fue un tipo violento que finalmente tuvo la oportunidad de hacerlo mejor, pero le faltó tiempo, nos faltó tiempo. Todavía no era el momento.
Maybe… if I could change the world.