Son las 10:00am y acabo de poner la televisión solo para encontrarme que están pasando las luchas de la WWE. Desde niño siempre disfruté de ver esas luchas, me pregunto por qué y pienso que tal vez tenga que ver con que papá y yo nos sentábamos todos los sábados a verlas mientras mamá se quejaba de la violencia en la televisión cada vez que pasaba por la sala. Claro, tal vez tenga algo que ver con la semi desnudez de los participantes.
De cualquier manera, puse las luchas y noté, por enésima vez, que dejo de prestar atención si el combate es entre gente poco atractiva físicamente para mí. Siempre ha sido así, lo cual aclara un poco la razón para ver las luchas a través de los años. Ligo esta idea a los eventos de anoche.
Ayer me discriminaron dos veces en la misma noche, una vez por no tener tanto dinero y la otra por no conocer a alguien influyente (que sucede que es un sociopata que usa a la gente pero por su cuerpo de revista todos se ponen en pose de perrito cuando el tipo se aparece) y me sentí muy mal. La historia es muy larga para contarla pero me hizo sentir que nada de lo que hago es válido, que todo este ser que me he construído y que mis intentos de ayudar a otra gente y ser más sano ni siquiera son tomados en cuenta, o visibles.  La gente se trata con descortesía allá afuera y los méritos que me dijeron en casa que era importante tener resulta que no valen nada en el mundo de hoy día. Tal vez mamá estaba equivocada, tal vez se le perdió la lista que decía «tener cuerpo de revista, ser más vivo que los demás, usar a quien puedas para conseguir siempre más dinero, más sexo, más prestigio y que te miren más para que todos hagan lo que dices». Sí, tal vez mamá se equivocó y me dio la lista errada. La mía decía «ayuda a la gente, no importa si te joden, trata de ayudarlos a crecer y crece tú también, no seas perezoso, trabaja duro, gánate las cosas por ti mismo, nunca pagues por sexo porque te devalúas a tí mismo y nunca pagues con sexo porque tienes cosas más valiosas que eso, sé que harás juicios sobre la gente y te costará mucho no hacerlos, pero trata de no hacerlos, etc. etc. etc.».
Sí, creo que mamá perdió la lista que me debía dar, o ¿Será que ese papá que se sentaba a ver las luchas conmigo y que también era muy violento en casa logró enseñarme algo? Todavía recuerdo el regaño que me dio cuando tomé algo de la caja del supermercado que él había dicho específicamente que no me compraría, lo tomé, lo guardé en mi puño de niño de 8 años y lo traje a casa. Mi padre siempre lo supo y en casa me quitó el objeto (era un adorno de goma de esos que pones en los lápices del lado del borrador, ya ven que lo mío con el dibujo venía desde niño) y me dio un regaño que nunca he olvidado en toda mi vida, acompañado de los respectivos golpes que no podían faltar. Esa noche mi vida hizo un giro, la golpiza no fue la mejor forma de educarme, pero aprendí varias lecciones esa vez, varias de las cuales no comentaré por ahora, pero una en especial que sí compartiré: las cosas vienen con un precio, en dinero, en esfuerzo o en sacrificio, si sencillamente piensas que las puedes tomar y ya, estás equivocado. Tomar cosas que no te pertenecen trae consecuencias muy desagradables que puedes no ver en el momento, pero que de seguro llegarán. De ahí se desprende aquello de no robar solo porque puedes, pero también lo de no usar a la gente solo porque puedes.
Los golpes de mi padre y sus palabras retumban en mi mente cada vez que veo a alguien utilizar su apariencia física, su etnia, su posición social o económica, su puesto público o privado, etcétera para usar a los demás según su conveniencia. Los peores son los que lo hacen mientras esbozan una sonrisa. En mi mente la escena se revive y pienso «a éste nunca le enseñaron a no tomar lo que no es suyo».
Y sí, todos discriminamos de vez en cuando, en cosas tan tontas como no tratar bien a quien no viste a la moda o tiene un auto caro en esos lugares de «gente linda y tragos» o solo ver los combates que se dan entre gente atractiva en el programa de las luchas en televisión. Yo mismo prefiero no estar rodeado por mucho tiempo de quien no pueda tener lo que yo considero es una «conversación inteligente» y he tildado de «borregos» a más de uno. Todos discriminamos y, al menos yo, lo hago más cuando estoy furioso, sobrecargado con algún afecto negativo, es en esos momentos que no se puede mentalizar, no se piensa de verdad y se vuelve uno un animal impulsivo y carente de toda cortesía.  Pero mucha gente lo hace en su estado natural, o ¿Será que están muy molestos detrás de sus sonrisas y su ropa de marca? Invadidos por la furia inconsciente que produce el vacío y la poca profundidad en la vida. Sí, eso debe ser. Eso explicaría por qué gente con tanto intelecto y talento puede comportarse de manera tan estúpida. Como siempre, el afecto se interpone. Debe ser su dificultad para lidiar con lo que sientan a la velocidad que la vida de hoy lo exige. Tratando de agarrarse con las uñas a la juventud del cuerpo porque es lo único que sienten tener.  Creo que se invalidan a sí mismos y son presa fácil de quienes toman lo que no es suyo. 
Creo que no discriminar requiere un esfuerzo consciente y es eso lo que le da el mérito. Si andas inconsciente por la vida nunca buscarás la igualdad de derechos y te complacerás de las desigualdades de clase, etnia,  apariencia, etcétera siempre y cuando seas tú quien esté en la lista para entrar al club de moda. 
No puedo ser uno de ellos. Aunque es infinítamente más cómodo, papá y mamá no me lo perdonarían.