Hace aproximadamente un mes he tenido la mente ocupada en un movimiento importante en mi carrera como Psicólogo Clínico. Luego de la tesis que inició este anecdotario virtual, algunas cosas que había dejado en espera han ido apareciendo nuevamente y han corrido a toda velocidad para formar la fila de las nuevas prioridades. Una de esas acciones que debo tomar (cuando se dé les contaré de qué se trata) ha tomado más y más de mi atención y me ha evitado escribir en el blog durante la última semana. Lo cierto es que he estado muy ansioso para escribir… supongo que es todo aquello de que el lenguaje requiere cierto grado de elaboración.

Pero esa ansiedad ha ido amainando con el paso de los días y, aún cuando estaba en su punto más alto, no me impidió seguir funcionando diariamente y todo eso me llevó a pensar en la capacidad de tranquilizarse a uno mismo frente a las ansiedades internas y externas (que se sienten igual, por cierto). Así que, siendo que no he escrito hace días y les debo una vuelta por el blog, quería comentar sobre esa capacidad humana de tranquilizarse uno mismo.

Resulta que cuando somos niños, nuestro cuidador principal tiene el papel importante de poder saber cuándo tenemos alguna necesidad y poder satisfacerla – es importante comentar que todas las necesidades se vuelven ansiedades en algún momento y pueden sobrepasar la ansiedad y convertirse en angustia si no se atienden a tiempo – pero ese cuidador principal no puede permanecer con nosotros toda la vida (al menos no en la realidad física) así que debe pasarnos esa capacidad de tranquilizarnos a nosotros mismos y, con ella, sembrar la semilla para que podamos, eventualmente, tranquilizar a otro. ¿Sí ven como los estilos de paternaje/maternaje se pasan de una generación a la otra?

¿Recuerdan cuando sus mamás (o papás, da igual) los escuchaban llorar en la cuna y se daban cuenta que ustedes tenían hambre, así que les daban comida para calmar la necesidad? El que lo recuerde merece ser estudiado porque eran muy pequeños para eso. Sin embargo, mi sentido arácnido me indica que tal vez recuerden si alguna vez tuvieron miedo por la noche y sus papás los dejaron dormir con ellos. Bueno, esa es otra forma de tranquilizar. ¿Qué me dicen de aquella vez en que estaban enfermos y sus papás los cuidaron? o cuando eran adolescentes y les rompieron el corazón por primera vez y su mamá (o papá, ya dije que da igual) les hizo saber que entendía cómo se sentían y les transmitió la confianza en que las cosas mejorarían.

Bueno, sucede que todos esos eventos y los que se parezcan nos van dando la capacidad de tranquilizarnos a nosotros mismos. No, no es a través de modelamiento, es más bien a través de introyectar (Dios mío qué palabra tan rara, debe ser una vulgaridad) de la experiencia que tuvimos con quien nos tranquilizó.

Tranquilizar no significa decirle a otro «todo va a estar bien», eso no ayuda por sí solo, es más complejo que eso, implica empatía y un entendimiento peculiar entre dos personas. Y es todavía más complejo cuando se trata de calmar nuestras propias ansiedades pero todo empieza ahí, en las respuestas de nuestros cuidadores a nuestros primitivos llantos infantiles cuando habitábamos la cuna (y la mente) de nuestros padres. Recibir este tipo de cuidados es la forma en que nuestros padres permanecen con nosotros para siempre, porque aunque mueran o se separen de nosotros por una u otra razón, frente a las ansiedades siempre recurriremos a la forma en que fuimos tranquilizados alguna vez. Siempre tendremos a esos papás internos que pueden tranquilizarnos y tener la confianza en que las cosas van a mejorar.

Es una función brutalmente importante si lo piensan, piensen en las personas que cometen suicido, por ejemplo. En esos momentos en que se planea o se comete el suicidio, cómo la esperanza y la confianza en una vida mejor (no “mejor vida”) falla por momentos. Sí, nuestros cuidadores son más importantes de lo que la gente cree.

Quienes no han conseguido desarrollar esta capacidad desde su infancia pueden hacerlo aún en la adultez. ¿A que no adivinan cómo? Vamos, 100 puntos para quien lo diga primero, a ver… Exactamente, en Psicoterapia. Así que si sienten que las presiones de la vida son demasiado para ustedes y eso es algo recurrente o sencillamente muy intenso, pues dense una vuelta por un consultorio (de alguien bien entrenado, no de cualquiera por favor) y seguro les podrá echar una mano.

Así que en situaciones como las que he vivido en este último mes, recuerdo mirar a quienes ya llevan canas en mi familia y agradecerles por haberse tomado el tiempo de cambiar mis pañales y decirme que lo que tenía era sueño y que se quitaba con dormir, o hambre y que se quitaba comiendo, o preocupación y que definitivamente no se quitaba engullendo otra hamburguesa. También me toca agradecerles por promover mi propia búsqueda de formas nuevas de tranquilizarme, entre esas encontré que trazar líneas en un papel acababa generalmente dejando una imagen simbólica que representaba lo que me sucedía y así empecé a dibujar cuando tenía 5 años.

Por cierto, luego de sentirme abrumado por varias semanas, como quien se zambulle en un mar de complicaciones que debe pasar de todas formas, finalmente creo que puedo respirar bajo el agua y las cosas van a estar mejor.

Saludos,